El reciente atentado horrendamente mortífero perpetrado por elementos del ala afgana (ISIS-K) del Estado Islámico, en el Crocus City Hall moscovita, cambia nuevamente el mosaico geopolítico del mundo, al anotar —otra vez— al terrorismo islamista como enemigo principal tanto de Occidente como del Eje del Este, señal inmediata es la declaratoria de alerta máxima en Francia, Italia y otros.
Ese episodio alimenta la inquietud latente entre los analistas de las principales capitales que ya auguraban hipotéticas situaciones emergentes del estallido de una guerra nuclear. Cuando se da por hecho la posible victoria de Donald J. Trump en las elecciones americanas de noviembre próximo, el New York Times escribe: “El riesgo de un conflicto nuclear va en aumento. Las naciones nucleares incrementan sus arsenales hacia la nueva carrera bélica. Hoy en día, la nueva generación de armamento conlleva impredecibles amenazas”, y bajo ese preámbulo describe las instalaciones subterráneas en Omaha del comando estratégico o StratCom, cuyo personal militar está en alerta 24/24 horas, pendiente de la orden presidencial para activar sus 3.700 misiles disponibles, sea para la defensa o el ataque. En cualquier caso, en cuenta regresiva se dispondría de 30 minutos para adoptar esa fatal decisión bajo la única responsabilidad del presidente en tanto que comandante en jefe. Justamente esa potestad que descansa en un solo hombre, alarma a los analistas, conociendo el temperamento volátil de Trump. Las otras potencias nucleares (China, Rusia, Francia, Reino Unido, Norcorea, India y Pakistán), tienen parecidas disposiciones, siendo la Rusia de Putin (reelecto hasta 2030) la más temible por contar con arsenales iguales en sofisticación a los de Estados Unidos. Siempre simulando hipotéticos escenarios, los países miembros de la Unión Europea están incrementando aceleradamente sus presupuestos de defensa, ante la contundente declaración de Trump de que, en caso de ser electo, no acudiría en defensa de aquellos países que se encuentren en mora en sus contribuciones a la OTAN y que dejaría a Rusia luz verde en sus arremetidas. Francia como potencia nuclear sería —obviamente— objetivo favorito de la ofensiva rusa. Ante esa eventualidad, el presidente Macron sostuvo su firme oposición a la posible victoria de Moscú sobre Kiev. Pero todo podría cambiar si, por ejemplo, Trump declarara su neutralidad ante ese conflicto y abandonaría su ayuda militar y financiera a Ucrania.
La angustia europea es tan grande que el principal tema de debate a las puertas de las elecciones parlamentarias de junio es precisamente la posición a seguir acerca de Ucrania.
Otro foco de tensión son las vidriosas relaciones de Tel Aviv con Washington, razón por la cual tanto Bibi Netanyahu como Vladimir V. Putin esperan ansiosamente el arribo de aquel nuevo inquilino en la Casa Blanca.
En el terreno de las relaciones internacionales, conocida la animadversión de Trump por el multilateralismo, seguramente prescindiría del rol de Naciones Unidas y se acomodaría a la realidad de fresca dicotomía de Occidente con el emergente “Sud-global”, que se va forjando en base del BRICS, donde la bulliciosa Rusia y la silente China pisan fuerte.
En suma, los próximos meses serán el prolegómeno de un nuevo mundo pleno de sorpresas y peligros, incluyendo la eliminación anticipada del candidato Trump.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.