Con leves lluvias en torno a un aire fresco, París se prepara a ser una vez mas la capital del mundo, en ocasión de los Juegos Olímpicos (JJOO) que se desarrollarán del 26 de julio al 11 de agosto, donde miles de atletas llegados de decenas de países competirán en todas las disciplinas deportivas, bregando arduamente por sus respectivas banderas. Han sido tres años de trabajos forzados para construir la Villa Olímpica, habilitar estadios, limpiar las aguas del Sena y maquillar calles y avenidas donde se disputarán los trofeos que como calentamiento preliminar trajinó la llama olímpica recorriendo por mar y tierra desde Grecia hasta la capital gala.
Entre tanto, los 20 barrios parisinos siguen, separadamente, sus habituales usos y costumbres, porque cada uno de ellos es un universo aparte. Así por ejemplo, en el Séptimo arrondisement (barrio) situado alrededor de la Torre Eiffel, que es donde yo habito desde hace 30 años, los vecinos, aunque siguen sus tareas cotidianas, se alarman ante la noticia que 15 millones de turistas arribarán durante los JJOO y —obviamente— querrán retratarse delante de la famosa torre, para guardar esa imagen para la posteridad. Esa anunciada avalancha ha copado todos los hoteles y los hospedajes temporales modalidad Airbnb sin reclamo alguno por la elevación de costos, gracias a la especial circunstancia.
Desde ahora, los 80 millones de turistas que anualmente invaden el hexágono francés ya deambulan las calles de mi vecindario con sus conocidos atuendos estivales, GPS portable en la mano, buscando lugares emblemáticos del circuito turístico, restaurantes baratos y tiendas de suvenires (made in China). Entre los extranjeros, se abren paso las y los parisinos de a pie, con aire de fastidio ante tanta multitud foránea. Apoltronado en mi café favorito, desde la acera, me entretengo en distinguir las particularidades que van y vienen. Fácilmente identificables están —por ejemplo— las damas sexagenarias francesas que en gran proporción disminuyen con la edad, dramáticamente, de estatura, sobrepasando raramente el metro y medio. ¿A qué se debe ese fenómeno morfológico? Por otra parte, es asombrosa la mayoría de seniors que lucen o deslucen sus blancas cabelleras, con o sin bastón de apoyo. En menor cantidad se asoman en las calzadas jóvenes veinteañeros, siempre presurosos, sin saber adónde van ni dónde llegar. Como lunares visibles, los inmigrantes, legales o no, se ocupan de labores ingratas pero necesarias como el recojo de basura o la limpieza acuífera de las calles. Aquí y allá se observan los distribuidores humanos de mercancías o de comida rápida generalmente de origen africano, galopando sus bicicletas. Con el envejecimiento de la población y la baja fecundidad cuesta imaginarse quién asumiría todos esos roles reservados por ahora a los vilipendiados inmigrantes. Volviendo al cercano jardín del Campo de Marte se ve que los perros de toda raza, olor y color disputan espacio con los infantes al cuidado de sus nodrizas, mientras la propaganda política se incrementa para las elecciones parlamentarias europeas del domingo 9 de junio, cuando el viento sople alto y fuerte hacia la derecha extrema.
Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.