Los restaurantes en Tel Aviv están llenos. Las exportaciones de alta tecnología siguen siendo fuertes. El shéquel mantiene su valor. Según algunas medidas, la economía de Israel parece ilesa de la guerra en Gaza. Pero hay una tensión financiera, y cuanto más dure la guerra, peor será.
El primer ministro Benjamín Netanyahu ha resistido la presión diplomática para poner rápidamente fin a esta agonizante guerra. Me pregunto si lo que finalmente lo moverá serán las fuerzas económicas, no las diplomáticas. La semana pasada hablé con Naftali Bennett, quien se desempeñó como primer ministro en 2021 y 2022, y Avi Simhon, jefe del Consejo Económico Nacional de Netanyahu. Ambos eran optimistas en cuanto a que la guerra terminaría pronto y que Israel saldría fortalecido.
Por otro lado, también hablé con economistas académicos que estaban mucho más preocupados. Cuanto más dure la guerra, más empresas israelíes estarán sujetas a presiones como boicots que tal vez no se levanten rápidamente cuando termine el conflicto. La producción económica se contrajo en el último trimestre de 2023 después de que Hamás masacrara a unas 1.200 personas y secuestrara a otras 253, e Israel respondiera invadiendo Gaza con el objetivo declarado de erradicar a Hamás. Para 2024, el gobierno proyecta un déficit presupuestario de más del 6% del Producto Interno Bruto. El turismo extranjero está muy lejos y el sector de la construcción se ha visto frenado por la escasez de trabajadores, ya que a los trabajadores de la construcción palestinos de Cisjordania se les ha prohibido la entrada. Las empresas tecnológicas han tenido que lidiar con el llamado a filas de empleados para servir en el ejército como reservistas. Moody’s Investors Service recortó la calificación crediticia del país en febrero.
Por supuesto, no hay comparación entre la situación en Israel y la de Gaza, donde más de 30.000 personas (muchas de ellas no combatientes) han sido asesinadas, miles de edificios han sido derribados y amenaza con morir de hambre. La producción económica de Gaza se contrajo más del 80% en el último trimestre de 2023 respecto al año anterior, según la Oficina Central Palestina de Estadísticas.
Algunos miembros del gobierno israelí son optimistas en cuanto a que los desafíos económicos de la guerra seguirán siendo manejables. Fuera del gobierno hay menos optimismo. Para aumentar la incertidumbre, Gaza no es el único frente. Hezbollah ha estado atacando desde el Líbano con cohetes y drones explosivos. Incluso suponiendo que una guerra termine y la otra se evite, Israel enfrenta desafíos a largo plazo, incluida la amenaza de que sus mejores y más brillantes emigren en busca de paz, o para evitar boicots duraderos dirigidos a empresas israelíes.
El Foro de Economistas publicó una carta advirtiendo que si no se aborda la cuestión ultraortodoxa, Israel corre el riesgo de una “espiral de colapso” a medida que más y más personas seculares se rinden y abandonan el país. Estos son días oscuros para Israel, por lo que es bueno que haya algunos optimistas que pueden hacerlo. Pero lo que el país también necesita son realistas escépticos. En tiempos de guerra, la esperanza no es un plan.
(*) Peter Coy es columnista de The New York Times