Cuando Emmanuel Macron, en 2017, a sus 39 años, irrumpió como bólido demoliendo los partidos tradicionales, al conquistar la presidencia de la República, con su flamante formación “En marcha”, se propuso modernizar el Estado emprendiendo audaces reformas largamente postergadas. Entonces contaba con sólida mayoría en la Asamblea Nacional. Ahora, en el séptimo año de su mandato (reelecto por el segundo quinquenio en 2022), está sin control parlamentario y enfrenta problemas internos que, añadidos a la frágil situación externa, empañan su gestión gubernamental ocasionando la caída de su popularidad hasta menos del 30%. Ante aquel panorama desalentador se celebró el 9 de junio el sufragio para el Parlamento Europeo, en el que sus partidarios apenas alcanzaron el 14,6% siendo batidos por el RN (Agrupación Nacional), que con el 31,4% se graduó como la primera entidad política del país. Esas cifras fueron decisorias para que Macron, invocando el artículo 12 de la Constitución, disuelva mediante decreto la Asamblea Nacional y llame a elecciones anticipadas para el 30 de junio y de acuerdo con la ley, al balotaje para el 7 de julio. Esta medida adoptada precipitadamente causó devastador terremoto político y tomó por sorpresa a propios y extraños porque puso al electorado frente al dilema de votar por el RN reputado de ser de ultraderecha o por el nuevo Frente Popular (FP) situado en el extremo izquierdo, al haber logrado la hazaña de reclutar en su seno a todos los sectores progresistas. La Renaissance macronista estaría ubicada en el centro. Si la tendencia de los sondeos se confirma, el próximo resultado electoral daría el primer lugar al RN en la mayor parte de las 577 circunscripciones en disputa, relegando al segundo puesto al Frente Popular y a un tercero al macronismo. Ello forzaría a Macron a lo que se denomina la “cohabitación” con la ineluctable designación de un primer ministro emergente del RN. La mera posibilidad de aquella coyuntura provocó manifestaciones antifascistas y alineamientos tan singulares como la declaración del celebrado campeón Kylian Mbappe convocando a no votar por los extremos. En suma, el país está dramáticamente dividido, corriendo el riesgo de tornarse ingobernable si en la Asamblea Nacional no podría conformarse una mayoría absoluta. Pero si asumiese RN el gobierno, trataría de ejecutar su discutible programa que incluye la abolición del jus-solis (derecho de suelo) para los nacidos de padres extranjeros, la revisión radical de las leyes migratorias y una menor dependencia de la Unión Europea. El anunciado duelo electoral entre los extremos del mosaico político está plagado de curiosas contradicciones, por ejemplo, sobre el flanco exterior, RN, con fama de fascista, es partidaria de Israel y contraria a Hamás en el pleito en Gaza, reafirmando su posición contra lo que señala como el islamo-izquierdismo, mientras el Frente Popular es solidario con Palestina y condena acremente el genocidio contra su pueblo. Tanto RN como el FP, aunque retóricamente critiquen la invasión en Ucrania, tienen furtivas aproximaciones con Moscú. En cambio, Macron y sus tropas sostienen la “ambigüedad estratégica” pregonada por el gobierno acerca de los dos frentes de guerra. Por otro lado, en los ajetreos preelectorales han aflorado figuras de la nueva generación política como Jordan Bardella (28), prospectivo primer ministro de RN, activista surgido de barrios populares y sin estudios superiores, y el actual premier Gabriel Attal (34), macronista que, sin ser enemigo de las mujeres, confiesa ser mas amigo de los hombres.
En una semana más, el 30 de junio, se aclarará la escala política o por el contrario se esperará el balotaje del 7 de julio cuando se definirá el porvenir de la nación. Entretanto, cabe la sola reflexión que en una palabra sería: ¿incertidumbre?
Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.