Donald Trump no sonó diferente durante el debate a como todos lo conocemos. Tampoco sonó diferente el viernes por la tarde, en su mitin posterior al debate en Chesapeake, Virginia. El mundo a su alrededor se convulsiona y él sigue siendo prácticamente el mismo.
Hay distintas maneras en que un candidato podría aprovechar un evento como ese, horas después de que un momento importante de la campaña le salga mal a su oponente, como el debate catastrófico. En un universo paralelo, con un candidato de otro tipo, el candidato podría utilizar el mitin para enmarcar los próximos años como una nueva era, abriendo un frente conciliador al votante independiente o incluso al votante de tendencia demócrata, para hablar de visiones políticas cohesivas y de la vida del votante.
Con respecto a Trump en particular, la forma en que la gente habla de él como si fuera un zorro astuto, hay una versión de este mitin posterior al debate en el que realmente se desvió de la norma: fue más breve, hizo algo ligeramente diferente, para dar forma a cómo la gente vio la semana pasada.
En política, hay una regla que dice que no hay que interferir en la crisis del oponente, pero en esa versión paralela del mitin del viernes, tal vez Trump buscaría alguna sorpresa que generara noticias para sacar ventaja. O tal vez se dejaría llevar por la emoción básica que la gente espera de él y trataría de atacar aún más al presidente Biden con un comentario expansivo sobre la noche anterior: Trump, el destructor, en el escenario frente a una multitud jubilosa, repasando este y aquel momento del debate, reviviéndolo.
En realidad, no fue así. Una vez que subió al escenario cerca de Virginia Beach, se desarrolló más como siempre, con su discurso expansivo y habitual. Trump es, ineludiblemente, él mismo.
La campaña, y la promesa de su segunda presidencia, comienza inevitablemente con la voz de Trump. Probablemente sea por eso que sigue en marcha, dominando a sus oponentes y a la política misma, y es sin duda por eso que, prácticamente ante cualquier eventualidad, los números de las encuestas de esta carrera apenas se mueven: lo que lo impulsa también lo limita. Mantiene todo cerca.
Trump sigue siendo la persona que conocemos: cuenta con el apoyo estadístico de entre el 44 y el 49% de la población en cualquier día, con o sin entusiasmo, y es la principal influencia en la política estadounidense desde hace casi una década. Puede parecer más tranquilo, como el jueves por la noche, y su campaña es más profesional, pero no ha hecho ningún esfuerzo por renovar su política o alejarse del pasado para que esta sea una nueva era. Sigue siendo él.
Mientras avanzamos con dificultad en la era Trump, a veces se escucha una respuesta un tanto silenciosa. Muchos críticos republicanos de Trump han dejado sus cargos o su política; el populismo está en auge en algunas partes de Europa. Incluso cada vez hay menos sensación de que cualquier persona, en el gobierno o en los medios, tiene la capacidad de volver a dar forma a los acontecimientos para que vuelvan a ser estables y claros. El hecho de que Trump no pueda dejar atrás las partes de sí mismo que son malas para él y para el país ha sido un factor central para mantener reñidas estas elecciones. Pero ¿cuánto tiempo podrán resistir los demás?
(*) Katherine Miller es columnista de The New York Times