Recientemente, ha cobrado importancia en los países adelantados el preguntarse qué viene después del neoliberalismo. En mayo, la discusión sobre qué viene después del neoliberalismo se realizó en Berlín, donde un grupo de renombrados economistas se reunió con el imperativo de “debemos abordar urgentemente las causas profundas del resentimiento de la gente” y sacaron la Declaración de Berlín.
Según Rodrik et al (2024): “La cumbre ‘Recuperar al pueblo’ condujo a algo parecido a un nuevo entendimiento que puede reemplazar al ‘Consenso de Washington’ liberal de mercado, que durante cuatro décadas enfatizó la primacía del libre comercio y los flujos de capital, la desregulación, la privatización y otros lemas promercado”.
La Declaración de Berlín es un consenso “sobre los principios que deben guiar a los responsables de la formulación de políticas. Reconocer que los mercados por sí solos no detendrán el cambio climático ni conducirán a una distribución menos desigual de la riqueza es solo un paso hacia el diseño de estrategias óptimas que puedan abordar de manera efectiva los desafíos reales que enfrentamos”.
En lo que se refiere al rol del Estado, la Declaración de Berlín plantea: “establecer un nuevo equilibrio entre los mercados y la acción colectiva, evitando la austeridad contraproducente y apostando por un Estado innovador eficaz; reducir el poder de mercado en mercados altamente concentrados”. (Declaración de la Cumbre de Berlín de mayo de 2024-Foro para una Nueva Economía, newforum.org)
Sin embargo, Antara Haldar (2024) concluye que el Consenso sigue impidiendo el surgimiento de un nuevo paradigma de desarrollo, al señalar: “De hecho, el fantasma del Consenso de Washington sigue persiguiéndonos. Las negociaciones mundiales sobre el clima no podrían ser más importantes para el futuro del planeta y de la civilización humana. Sin embargo, cada vez que se plantea la cuestión de la financiación climática, los países en desarrollo son sometidos al mismo tipo de trato humillante que el Consenso de Washington prescribía en su día”.
Este trato humillante se expresa en los programas de ajuste estructural del FMI que, bajo la excusa de dificultades de balanza de pagos de los países en desarrollo, viene aplicando desde los años 50 en la región de América Latina y el Caribe el modelo formalizado por JJ. Polak (1957), que influyó en la actual Programación Financiera del FMI. Así: “De este modelo se deduce que existe una relación formal entre las variaciones del componente interno de la oferta monetaria (crédito interno) y las de las reservas internacionales, que puede utilizarse luego para la formulación de políticas económicas. Concretamente, el modelo de Polak permite obtener un valor sobre el crédito interno que sea congruente con el saldo adecuado de la balanza de pagos. Este es precisamente el marco utilizado para los programas respaldados por el FMI. Establecemos una meta para la balanza de pagos (o las reservas internacionales) y obtenemos el nivel adecuado de crédito interno, el cual nos indica los ‘límites de crédito’ habituales en dichos programas”. (Finanzas y Desarrollo, junio de 2008, imf.org)
La variable crédito interno se convirtió en la variable explicativa de la pérdida de reservas, pero en realidad la variable de fondo y del Fondo era y (es) el crédito interno del Banco Central al sector público, que se expandía debido al creciente déficit fiscal. Por lo tanto, más que un enfoque monetario era y es en la práctica un enfoque fiscal de la balanza de pagos. De ahí viene la receta del FMI para más de 180 países: en caso de pérdida de reservas internacionales, déficit fiscal cero, ya sea déficit primario sin incluir intereses de la deuda o déficit global. El programa con Argentina es clarísimo: metas de reservas internacionales y metas de déficit fiscal (primario o global).
Si la receta es la misma y universal, entonces por qué no aplicar la Inteligencia Artificial en los programas del FMI de manera que se podría ahorrar planilla de sueldos de miles de funcionarios, viajes, oficinas en el exterior, misiones, seminarios, informes por países y otros gastos no necesarios si aplicara el criterio de austeridad que predica, para los países en desarrollo, pero que no practica en Washington.
(*) Gabriel Loza Tellería es economista.