El otro día, alguien en mi gimnasio se me acercó y se lamentó de que podría pasar casi todas las horas de su vida poniendo en práctica las innumerables recomendaciones virales de salud y longevidad popularizadas por influencers de internet y presentadores de podcasts, y aun así sentiría que se está quedando atrás.
Se refería a un menú complicado y a menudo contradictorio de biohacks (atajos para mejorar nuestra biología, todos los cuales carecen de rigor científico) y “protocolos” (regímenes altamente específicos para el ejercicio, el sueño y la nutrición). En la búsqueda de la eterna juventud de esta era, hay suplementos, polvos verdes, baños de agua fría, los supuestos beneficios de la luz solar matutina de ángulo bajo, monitores continuos de glucosa para no diabéticos, respiración en caja, los beneficios propuestos de la rapamicina (un fármaco utilizado originalmente en trasplantes de órganos que se está adaptando para la longevidad) e innumerables dietas restrictivas que van desde evitar los aceites de semillas hasta tomar conciencia de los “peligros ocultos” en frutas y verduras, pasando por evitar casi todo excepto la carne.
Si bien las obsesiones con la salud y la longevidad han perseguido a la humanidad durante mucho tiempo, esta última versión se intensifica gracias a un ecosistema en el que los influencers y los podcasters se benefician de nuestra atención y búsqueda de la salud al obtener patrocinios de empresas de suplementos, rastreadores de sueño y otros productos pseudocientíficos de bienestar. En 2016, el mercado mundial de suplementos ascendió a $us 135.000 millones. Hoy ha crecido a $us 250.000 millones. Se proyecta que esa cifra alcance casi $us 310.000 millones en los próximos cuatro años.
Algunas de estas intervenciones tienen usos limitados, mientras que otras van desde lo absurdo hasta lo verdaderamente dañino. Es una vergüenza que la gente gaste su dinero y energía en este tipo de cosas, más aún porque la clave para una vida más larga y saludable no es ningún misterio.
Las investigaciones han demostrado desde hace mucho tiempo que la salud y la longevidad se reducen a cinco comportamientos fundamentales en el estilo de vida: hacer ejercicio regularmente, llevar una dieta nutritiva, evitar los cigarrillos, limitar el consumo de alcohol y cultivar relaciones significativas. Se trata de cosas simples, algo aburridas y más difíciles de utilizar para ganar dinero que con suplementos de moda, teorías que parecen complejas y nuevos aparatos, pero es lo que realmente funciona.
Mantener relaciones no solo significa vivir más, sino también vivir bien. Aun así, las promesas que se hacen del movimiento de salud y longevidad en internet son tentadoras. Gran parte de su atractivo es la fantasía y el deseo de control: si uno simplemente sigue todas estas rutinas y regímenes y toma todos estos suplementos, vivirá para siempre y nunca envejecerá ni enfermará. Pero los accidentes ocurren, como también las mutaciones celulares aleatorias que precipitan cánceres fatales. Y, sin embargo, la fantasía de la longevidad controlada persiste.
La ansiedad por la salud ha aumentado considerablemente en las últimas décadas. La avalancha de contenido en línea sobre la búsqueda de biomarcadores perfectos y la inmortalidad juega un papel en eso. Y también plantea un problema contradictorio: existe un peligro real en centrarse tanto en extender el número de años de nuestra vida que descuidamos la vida en esos años. Esto es tan cierto para una persona de 50 años en Instagram como para una de 16 años en TikTok.
De ello se desprende que quizás el mejor protocolo para vivir una vida larga, plena y productiva sea centrarse en lo que realmente importa y no estresarse por el resto. Si le preocupa que la vida sea frágil y corta, simplemente no tiene tiempo que perder.
(*) Brad Stulberg es columnista de The New York Times