La incorporación de Bolivia como miembro pleno del Mercosur constituye uno de los acontecimientos más importantes en materia de opciones de desarrollo a largo plazo para el país. A pesar de que el trámite de adhesión empezó en realidad en 2015, diversos incidentes políticos fueron postergando las respectivas aprobaciones legislativas de los países fundadores hasta fines del año pasado. En consecuencia, las condiciones nacionales, regionales e internacionales son ahora ciertamente muy diferentes.
El escrutinio de las bondades o inconvenientes de la nueva relación con los vecinos del Mercosur se llevará a cabo de manera sistemática en los meses siguientes. Por de pronto, me interesa plantear algunas reflexiones preliminares al respecto.
Primero: en un contexto internacional caracterizado por dos guerras, crecientes tensiones geopolíticas y enormes desafíos ambientales y tecnológicos, resulta conveniente formar parte de un mecanismo formal de integración económica y comercial de gran envergadura.
Segundo: Bolivia dispone de cuatro años para adecuar sus leyes y reglamentos al marco normativo del Mercosur, contenido en miles de disposiciones reglamentarias adoptadas desde su creación en 1991.
Tercero: en el Mercosur rige el Compromiso Democrático, que postula al orden democrático como condición indispensable para el funcionamiento de la integración.
Cuarto: mediante su incorporación al Mercosur, Bolivia expande su horizonte económico y se incorpora a un enorme espacio que permite emprender proyectos productivos de una calidad y dimensión que serían imposibles dentro de nuestras fronteras.
Quinto: el país tendrá que realizar un importante esfuerzo de fortalecimiento institucional y capacitación profesional para la negociación de las necesarias adecuaciones normativas, lo cual implica superar las actuales debilidades del aparato público, caracterizadas por el clientelismo, el nepotismo y la corrupción.
Sexto: en los próximos cuatro años también el sector empresarial privado tendrá que llevar a cabo reformas sustantivas en sus organismos gremiales y en la gestión de las propias empresas, con miras a aprovechar con eficacia y sostenibilidad las oportunidades del mercado ampliado, así como de la participación creciente en nuevas y existentes cadenas regionales de valor.
Séptimo: en cuanto al nivel de desarrollo, las cifras del PIB nominal por habitante son las siguientes: Uruguay, $us 21.677; Argentina, $us 13.709; Brasil, $us 10.242, y Paraguay, $us 3.052. La cifra para Bolivia es de $us 3.782.
También se registran importantes diferencias en cuanto al Índice de Desarrollo Humano. En efecto, Argentina 0,842; Uruguay, 0,809; Brasil, 0,754; Paraguay, 0,717, Bolivia, 0,692.
Las distancias mayores se observan en las comparaciones internacionales de productividad y competitividad, así como en la proporción de informalidad de las actividades económicas.
Octavo: dichas comparaciones simples determinan que Bolivia requiere adoptar el objetivo prioritario de cerrar paulatinamente las brechas económicas y sociales respecto de los otros países miembros del Mercosur. A tal efecto se necesitan enfoques, políticas y recursos humanos muy diferentes de los que han ocasionado el retraso relativo del país.
Noveno: las carreteras internacionales, las conexiones digitales y el sistema educativo también ostentan niveles de calidad inferiores a los del resto de países del Mercosur. Para superar esos rezagos no bastarán seguramente los recursos disponibles del Fondo para la Convergencia Estructural del Mercosur (FOCEM).
En conclusión, para aprovechar de verdad las oportunidades de pertenecer al Mercosur, el país tendrá que establecer un catálogo muy exigente de cambios en las orientaciones y enfoques de su desarrollo. Es probable que tal esfuerzo valga la pena.
Horst Grebe es economista.