¿Pueden los sistemas políticos definir si las ciudades son un paraíso o un infierno? En muchas notas he mencionado que nuestro desarrollo urbano, caótico y hacinado, está determinado por nuestra formación social capitalista/dependiente, y que todos los males se deben a ese sistema político. Pero, como toda verdad es una interpretación (Nietzsche dixit), mis paradojas conceptuales son muchas. Veamos algunas.
Son múltiples los escritos, sobre todo de raíz marxista, acerca de los efectos del sistema político en la ciudad. En ellos, las interpretaciones sobre las estructuras sociales y sus consecuencias urbanas abundan. Se aluden a las asimetrías socioeconómicas y culturales como la principal causa de los interminables trastornos urbanos (una tesis que hábilmente es manipulada para difamar al capitalismo). Pero, más allá de esos ensayos de autores geniales —que siempre debemos tomar con pinzas—, está nuestro sentido crítico y nuestra experiencia de vida.
Vivimos y sufrimos un lado del espectro: una ciudad dependiente/capitalista del sur global. Sin embargo, del único sistema socialista que tenemos en el Caribe, nos llegan imágenes que emiten blogueros en tiempo real: ciudad capital y ciudades intermedias en un completo abandono y deterioro, casas a punto de derrumbarse, basura en las calles; en suma, un precario desarrollo urbano donde parece que solo los turistas tienen espacios de privilegio.
No estuve en Cuba, pero soy testigo de las grandes paradojas urbanas de la Europa del este. Conocí Praga antes de la caída del muro y todavía conservo memorias, a cuál más sombría: una ciudad extremadamente gris, perversamente policíaca, y extrañamente deshabitada, que “gracias” al sistema socialista soviético conservó su patrimonio arquitectónico. Esa deslucida ciudad no era un paraíso, tampoco invitaba a vivir rodeado de tan bello patrimonio.
Volví a Praga libre del sistema socialista y, hoy en día, en esa hermosa ciudad de la Bohemia se instaló otro infierno. El centro de la ciudad está tomado por un turismo global y masivo: hordas de turistas llenan a tope las calles del centro para tomarse selfies como posesos y consumir como marranos. Praga está sometida a un proceso de disneyficación, propio del sistema capitalista, que no permite a sus ciudadanos gozar de su patrimonio edificado. ¿Y entonces qué?
Mejor leamos en voz alta al griego Kavafis. En su poema La Ciudad se refirió a estas paradojas iluminando nuestro desconcierto más que cualquier ensayo: “Dijiste: marcharé a otra tierra, iré a otro mar. Otra ciudad habré de hallar mejor que ésta… Te seguirá tu ciudad. Las calles donde deambules serán las mismas. En esos mismos barrios te harás viejo”.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto