La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) celebró ruidosamente en Washington del 9 al 11 de julio, el 75 aniversario de su fundación, arropada por representantes de sus 32 países miembros. Esta entidad que poco antes de la intervención militar rusa en Ucrania fue calificada por Emmanuel Macron como victima de “muerte cerebral”, recuperó su razón de ser para justificar su existencia en un contexto distinto a la guerra fría, durante la cual fue creada en 1949. Motivo central de la agenda fue, por supuesto, el compromiso de incrementar la ayuda militar en el frente ucraniano y redoblar esfuerzos para evitar una victoria rusa.
Aparte del lenguaje habitual en el comunicado final que implica a China como contribuyente furtivo a la maquinaria bélica de Moscú, los comensales descubren —además— con alborozo, en la cuenca del Indo-Pacífico, un nuevo objetivo de preocupación, aunque esa zona no se encuentre ni en el Atlántico ni en el Norte. Las próximas elecciones presidenciales americanas estuvieron como fantasma subyacente de las deliberaciones y las decisiones del cónclave. Por ello, se aguardó con marcado interés la conferencia de prensa anunciada por Joe Biden, en la que debía recuperar su imagen derrotada en el debate con Donald Trump. Lejos de ese propósito, aparentemente el evento confirmó los rumores acerca de su salud mental al llamar “presidente Putin” al mandatario ucraniano Volodimir Zelenski.
Sin embargo, a mi modo de ver, no fue un lapsus, sino más bien la revelación de su subconsciente sobre el notable parecido entre Putin y Zelenski, pues ambos prolongan esa guerra absurda para mantenerse en el poder, no obstante que el primero fue ratificado por elecciones y el segundo prorroga su férula más allá del periodo constitucional, sin que a ninguno le preocupe sacrificar —indefinidamente— miles de jóvenes vidas.
El ucraniano, ingenuamente, manifestó su inquietud por la posible victoria de Trump, porque, evidentemente, el magnate tiene una pobre opinión de ese pacto militar donde —por ahora— los intrínsecos intereses norteamericanos no están directamente afectados y, en la coyuntura ruso-ucraniana, desde la Casa Blanca, según él, acabaría la guerra en 24 horas. Entretanto, irónicamente, el 3 y 4 de julio, en Astana (capital de Kazakstán) también se reunieron los 10 países que, apadrinados por Pekín y Moscú, componen la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que en su ala militar se asemeja a los objetivos de la OTAN, pero haciendo contrapeso en el nuevo esquema geopolítico mundial en el que, por ejemplo, en África, tres naciones (Mali, Níger y Burkina Faso) han reemplazado las misiones militares francesas por similares rusas.
Finalmente, cabe destacar que entre los halcones de guerra allí reunidos buscando afanosamente enemigos, brilló la excepción del primer ministro húngaro Víctor Orban, presidente pro tempore de la Unión Europea, quien acababa de cumplir una gira relámpago por Kiev, Moscú y Pekín, en infructuosa gestión de paz para Ucrania que fue cuando menos solitaria oportunidad para la diplomacia en medio del mortífero estimulo armamentista.
[ Carlos Antonio Carrasco]