Durante la campaña de las primarias presidenciales de 2019, la vicepresidenta Kamala Harris se ganó una reputación de la que no ha podido desprenderse: la de mensajera en busca de un mensaje. Esta idea también ha caracterizado su mandato como vicepresidenta y ha provocado la preocupación de algunos demócratas sobre su posible reemplazo del presidente Biden en la cima de la fórmula. Pero es una idea obsoleta.
En 2019, Harris competía en progresismo con figuras como Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Se presentó en un momento en el que los votantes progresistas estaban centrados exclusivamente en la reforma de la justicia penal y desconfiaban de las fuerzas del orden, lo que era un problema para Harris, que había construido su carrera política como fiscal. Acorralada por esta dinámica, Harris tuvo dificultades para definir su marca.
Hoy se enfrenta a un momento distinto. A menos de cuatro meses de las elecciones generales, no competirá por puntos progresistas, sino por mantener al delincuente Donald Trump fuera del cargo. Lo hará en un momento en que muchos votantes están preocupados por el crimen y la seguridad pública, y cuando los fiscales han asumido un estatus heroico en la lucha por procesar a Trump y sus compinches. Esta vez, Harris finalmente pudo ser ella misma.
Harris está bien posicionada para vincular el riesgo legal de Trump con la amenaza que plantea la Corte Suprema, que recientemente anunció un estándar general para la inmunidad presidencial que podría terminar protegiendo a Trump de dichas acusaciones. Desde que la corte revocó Roe vs. Wade, Harris ha sido la voz líder de la administración Biden en materia de libertad reproductiva, un tema que ha acogido con claridad y entusiasmo. En términos más generales, es capaz de vincular a Trump con las consecuencias devastadoras de las recientes decisiones de la Corte Suprema de una manera que Biden parece no sentirse cómodo haciendo.
En el clima actual, Harris puede aceptar su pasado y apoyarse en una marca que sea a la vez genuina y cómoda. Cualquier problema político previo no importa mucho cuando tanto ella como Biden están definidos, para bien o para mal, por sus últimos tres años y medio en el cargo. En este punto de la carrera, a pocos votantes les importan los matices de la posición de Harris sobre la política de atención médica. Pero ella puede hacer que les importe el ataque de Trump a las instituciones democráticas, el acceso al aborto y las comunidades de color, y la rápida erosión de las barreras legales que se interponen en su camino.
Harris no es una candidata ideal. Si bien gran parte de su reputación entre el electorado se ha visto empañada por el sexismo y el racismo, su cautela innata se ha manifestado a veces en una timidez paralizante. Pero en la medida en que se le tengan en contra las preocupaciones sobre su campaña primaria, deberían reexaminarse a la luz del clima de ley y orden que impera hoy y de la etapa avanzada de la carrera presidencial.
Ahora que Biden se retiró de la contienda, deberíamos evaluar la trayectoria completa de Harris como abogada y política, que la convierte en la candidata perfecta para este momento. Si logra reconectarse con la fiscal magnética e implacable que influyó en los jurados, los votantes y los donantes de San Francisco, es posible que finalmente conozcamos y nos agrade la verdadera Kamala Harris.
(*) Nicole Allan es abogada y columnista de The New York Times