El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que es liderado por el presidente Nicolás Maduro, se enfrenta al mayor desafío de los últimos 25 años cuando el domingo 28 se lleven a cabo las elecciones presidenciales.
El partido quiere mantener su control del gobierno por seis años más, pero sus bases se encuentran divididas, mermadas y decepcionadas después de pasar por una compleja crisis social, económica y política que se ha extendido durante los 11 años de la presidencia de Maduro.
Para estos comicios, Maduro se enfrentará al exdiplomático Edmundo González Urrutia, quien lidera la coalición opositora Plataforma Unitaria Democrática (PUD), respaldada ampliamente por Estados Unidos, así como por otros ocho candidatos.
El gobierno de Maduro, que ha presidido un colapso económico que ha causado la emigración de millones de personas, y el PSUV han evadido los desafíos al excluir a sus rivales para las elecciones y acusarlos de ser elitistas desconectados de las mayorías y aliados con potencias extranjeras.
Antes y durante la campaña, la influyente opositora María Corina Machado ha brindado su total apoyo a González Urrutia —un exembajador que nunca ha ocupado un cargo público—, lo cual ha ayudado a una oposición fraccionada a unirse detrás de él.
González Urrutia y Corina Machado han sabido capitalizar la alta migración y juntos centraron su campaña electoral prometiendo una economía que atraerá a los millones de venezolanos que han emigrado desde que Maduro asumió la presidencia en 2013.
La popularidad del presidente Maduro ha disminuido sustancialmente debido a una crisis económica resultante de una caída de los precios del petróleo, la corrupción y la mala gestión gubernamental. Empero, Maduro todavía puede contar con un grupo de seguidores acérrimos, que incluye a millones de servidores públicos y otras personas cuyos negocios o empleos dependen del Estado. Pero la capacidad del PSUV de usar el acceso a programas sociales para llevar a los votantes a las urnas ha disminuido a medida que la economía del país también se ha desgastado.
El candidato y presidente Maduro sabe que estas elecciones tienen un gran significado para él y el futuro de su partido. Se asemeja a un juego de supervivencia, que va más allá de la reelección presidencial, ya que la pérdida del poder sería, para él, la ruina, la catástrofe e incluso la cárcel.
Hay que recordar que el programa de recompensas por narcóticos de Estados Unidos ofreció hasta $us 15 millones por información que conduzca al arresto de Maduro, y la Corte Penal Internacional ha confirmado la continuidad de las investigaciones contra Maduro y otras altas autoridades. Tienen elementos para sostener que con probabilidad se han cometido delitos de lesa humanidad, como detenciones arbitrarias, torturas, violencia sexual y desapariciones forzadas. Son delitos que por su gravedad no prescriben y tienen jurisdicción universal, por tanto, son sujetos a persecución penal allá donde se encuentre. Maduro lo sabe, por ello debe ganar o ganar, no hay otra alternativa. Textualmente ya manifestó: «Vamos a ganar por las buenas o por las malas».
En tanto, el opositor González Urrutia, de 74 años de edad, basó su campaña con la promesa de llevar al país hacia una dirección radicalmente diferente mediante la “restauración de las instituciones estatales” y la recuperación de la confianza de los inversores para reactivar la economía, incluido el vital sector petrolero del país. Crear empleos, dice, es esencial para detener la salida de migrantes y “traer de regreso a casa a algunos de los que se fueron” durante el gobierno de Maduro.
González Urrutia, embajador en Argelia y luego en Argentina, dejó el gobierno en 2002, cuando gobernaba el predecesor y mentor de Maduro, Hugo Chávez. Desde entonces ha trabajado en centros de estudios sobre política exterior y hace una década trabajó brevemente como enlace internacional de la oposición.
Ante estas dos opciones, más de 21 millones de venezolanos están registrados para votar, pero se prevé que el éxodo de más de 7,7 millones de personas debido a la prolongada crisis —incluidos unos cuatro millones de votantes— reduzca el número de votantes potenciales a unos 17 millones, y serán éstos quienes definan el futuro de una Venezuela cada vez más incierta.
(*) Alfredo Jiménez Pereyra es periodista y analista internacional