A casi dos semanas de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024, continúa la polémica sobre el espectáculo inaugural en sectores conservadores de las sociedades en el mundo que no aceptan los cambios que impera en la Era del Acuario, que no es otra cosa que el eje de diferentes cambios revolucionarios, con el objetivo de transmitir el amor incondicional, la paz entre las masas y el amor por nuestro planeta y su naturaleza, además de formar parte de otras tendencias espirituales como el yoga, el reiki, el tai chi o el chi kung.
Francia fue escenario de cambios transcendentales para la humanidad desde la Revolución Francesa de 1789 que tuvo que enfrentar con firmeza a la Iglesia Católica, que pasó a depender del Estado. En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia de imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminaron los privilegios del clero y se confiscaron sus bienes. Fue recién el Concordato de 1801, entre la Asamblea Nacional Constituyente y la Iglesia, que estableció normas de convivencia vigentes hasta el 11 de diciembre de 1905, cuando la Tercera República sentenció la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado.
En este 2024, el punto de la discordia de la inauguración de los JJOO, para la Iglesia y otras personalidades homofóbicas, fue el cuadro Festivé (Festividad) protagonizado por bailarines, íconos del movimiento LGBTQ y artistas drag queens como Nicky Doll, Hugo Bardin (Paloma), Barbara Butch, entre otros.
A entender de los detractores, la secuencia era una parodia “blasfema” de la Última Cena de Jesucristo con sus apóstoles realizada por Leonardo da Vinci, en este caso sustituidos por drag queens, una modelo trans y el cantante Philippe Katerine casi desnudo, con algunos atributos de Dionisos, el dios griego del vino y la fiesta. Empero, el director artístico de la ceremonia, Thomas Jolly, en constantes intervenciones aclaró que no se inspiró en el cuadro de Da Vinci, que más bien la secuencia era “una gran fiesta pagana vinculada a los dioses del Olimpo”.
A las críticas del Vaticano y de la Conferencia Episcopal Francesa se unieron voces como Andrew Tate, el controvertido personaje mediático que espera un juicio acusado de tráfico de seres humanos, violación y formación de una banda criminal para explotar sexualmente a mujeres, quien dijo que es una burla de los valores cristianos; el mandamás de Tesla, el ultraderechista Elon Musk, se sumó con temores similares; y, por supuesto, el expresidente estadounidense Donald Trump no pudo resistirse a intervenir, describiendo la ceremonia de apertura, y en particular la “secuencia drag queen”, como una “vergüenza”, o las palabras del periodista y comentarista deportivo Przemyslaw Babiarz, quien dijo que la interpretación de la canción Imagine de John Lennon, utilizada en una parte de la ceremonia, era una “visión del comunismo”. Pero qué lejos están estos retrógrados, que creen que aún estamos en la Edad Media, de comprender que los cambios de la humanidad vienen de la mano con la diversidad en la que deben convivir los judíos, los trans, los queer, los gordos, los flacos, negros, blancos, amarillos y otras diferencias, y que la canción de Lennon lo único que pide es imaginar que no hay cielo, ni infierno, ni países, ni posesiones.
La antropóloga y periodista boliviana Drina Ergueta indicó claramente en un artículo de opinión que los “Juegos Olímpicos 2024 apelaron a los lemas de la Revolución Francesa y les sumaron otros, como sororidad (hermandad femenina), solidaridad, festividad o deportividad. La diversidad como valor fundamental también fue evidente en la inauguración, diversidad sexual, étnica y corporal. Es que, para este París actual, la decadencia de hoy está en no aceptar esos valores”.
Quedará grabado en las pupilas de millones de espectadores el momento en el que varias estatuas emergieron en las orillas del Sena para homenajear a mujeres históricas como Simone Veil o Alice Milliat, entre otras, que son un símbolo de universalidad, diversidad, cooperación, en lugar de división y conflicto. Ahora nos toca esperar cuál será la sorpresa parisina para la clausura de los Juegos Olímpicos después de haber visto en la inauguración a la París de teatro, museo, literatura, danza, ópera, cine, en un recorrido por el impasible Sena con sus majestuosos puentes, con un toque de originalidad sin precedentes.
(*) Alfredo Jiménez Pereyra es periodista y analista internacional