Ningún político quiere ser el que dé la noticia de que, más temprano que tarde, por la salud del planeta, la mayoría de nosotros vamos a tener que aprender a comer mucha menos carne. Esto no se solucionará con unos pocos lunes sin carne.
Tenemos un profundo fatalismo sobre nuestras dietas, y la sabiduría convencional dice que la única forma de persuadir a los carnívoros a comer menos carne es ofrecerles una alternativa falsa, como carne cultivada en laboratorio o un sustituto vegano como Beyond Meat.
Sin embargo, nadie nace amando los hot dogs o sintiendo aversión por el brócoli y las nueces de Brasil; nuestras preferencias alimentarias se aprenden. ¿Qué haría falta para animar a los estadounidenses a adoptar gustos más sostenibles? Decirle a la gente que está mal que disfrute comiendo queso, dulces o tocino no es, evidentemente, la solución. El estómago, al igual que el corazón, sabe lo que sabe. Un enfoque mucho más productivo sería ayudar a la gente a descubrir nuevas preferencias por algunos de los alimentos que deberían desempeñar un papel más importante en nuestra dieta.
Cuando le sirves a la gente un plato de frijoles bien cocidos, aunque sean simples, no hace falta mucho para convencerlos de que son deliciosos. Un plato de frijoles blancos, cocidos hasta que estén tiernos y rociados con aceite, salvia crujiente y ajo, tiene todo el sabor reconfortante del puré de papas. No lo comes porque tenga un alto contenido de proteínas sostenibles, sino porque cada cucharada te hace volver a comer otra.
Si el gobierno de Estados Unidos quiere tomarse en serio la idea de alentar a la gente a comer legumbres, debería ofrecer talleres y vídeos en línea sobre formas deliciosas y sencillas de cocinarlas. El antropólogo Claude Lévi-Strauss decía que la comida no solo debe ser buena para comer, sino que también debe ser “buena para pensar”. Para empezar a ver las legumbres como algo que se desea, hay que imaginarlas como algo deseable.
Por supuesto, esto no sucederá de la noche a la mañana. En 2019, el estadounidense promedio consumía aproximadamente 25 kilos de pollo al año, en comparación con alrededor de medio kilo de frijoles negros secos, o alrededor de un kilo y medio una vez cocidos.
Pero hay señales de progreso. La proporción de estadounidenses que consumen garbanzos se ha más que duplicado desde 2003, en parte gracias a la popularidad del hummus, que enseñó a muchos escépticos que esas extrañas cosas redondas en realidad podían convertirse en una salsa rica y sabrosa.
Sí, las legumbres siguen teniendo un perfil bajo en comparación con la carne, sobre todo porque la industria de las legumbres carece de la influencia de la industria cárnica, que invierte millones en actividades de lobby. Pero esto podría cambiar. Si alguien le dice que los estadounidenses nunca disfrutarán de las legumbres tanto como de la carne, piense en algunos de los alimentos poco conocidos en el pasado, desde el pesto hasta el tofu y el gochujang, que han sido recibidos con gratitud en las mesas estadounidenses en las últimas décadas. [ Bee Wilson]