Los miles de comentarios y crónicas referentes a las Olimpiadas aparecidos en los medios nacionales y extranjeros, son vagos y repetitivos sobre los hechos marcantes de ese singular evento, casi todos impresionados por la copiosa prestación artística de la función inaugural que en risueña ingenuidad se centran en los cuadros de la alegoría irreverente de la última cena y de la efigie decapitada de la infortunada María Antonieta.
Sin embargo, hay otras facetas poco conocidas que la universal competencia deportiva ha causado como daños colaterales para los vecinos como yo, ribereños de la Torre Eiffel cuyos bellos jardines del Campo de Marte fueron cruelmente rasurados para instalar sobre ellos antros aptos para algunos de los campeonatos. Con ese motivo se cercó la vecindad con odiosas barreras de listones de madera con el propósito de ocultar los planeados espectáculos. Todos esos emprendimientos se hicieron dos meses antes de las Olimpiadas y se desmontarán en el lapso de sesenta días después. En consecuencia, los parroquianos que frecuentábamos las tardes para tomar sol o simplemente para rascarse la rabadilla nos vemos privados de una comodidad sostenida por el pago de nuestros impuestos. No obstante, como consuelo, observamos a los 13 millones de hinchas y de turistas que han invadido Paris y sus alrededores para brincar y gritar loas desde las galerías a los competidores de su preferencia. Mas allá de las encomiables hazañas de esa gallarda juventud, se esconde el propósito de expandir en el planeta el valor estratégico del “soft power” tan eficaz como la capacidad nuclear o el poderío económico. Por esto, no es sorpresa que los tres primeros países alineados en el tablero de posiciones sean precisamente China, Estados Unidos y Francia, porque Rusia fue excluida del certamen por egoístas razones políticas, muy criticables. Acápite especial es el estimulo que brindan a sus atletas algunas naciones participantes, por ejemplo, el gobierno galo premia a sus finalistas con 80.000 euros por la medalla de oro, 40.000 por la plata y 20.000 por el bronce, además de otras recompensas menores. Otros países hacen lo propio. Causa ironía mirar las reacciones de los ganadores pues unos lloran de alegría y los perdedores brotan lágrimas de frustración. En tanto que los millones de espectadores hacen flamear las banderas portátiles de sus respectivas naciones en muestra de apoyo a sus favoritos.
En resumen, las olimpiadas París 2024 aparte de su millonario costo de organización y, a veces, despilfarro (como la aspiración fallida de limpiar las aguas del río Sena que luego de notables esfuerzos siguen contaminadas con materias fecales) sirvió para la irradiación de la grandeza de Francia en el mundo, hoy que despojada de sus más cotizadas colonias, también, últimamente sus guarniciones militares están siendo expulsadas por algunos estados africanos.
París 2024 fue útil, además para pintar el nuevo mosaico geopolítico del planeta en la que mientras Naciones Unidas cuenta con 194 países miembros, las Olimpiadas registran 206 participantes que muestran el resurgimiento de los nacionalismos que bien guiados pueden ser la base de la hermandad universal.
Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro
de la Academia de Ciencias de Ultramar
de Francia