El 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó los bombardeos atómicos sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki —el arma nuclear Little Boy lanzada sobre Hiroshima y la bomba Fat Man, respectivamente—, que asesinaron a más de 250.000 personas, entre ellas mujeres y niños, debido a la radiación que, en décadas posteriores, sumaron 400.000 decesos más por problemas de salud relacionados con las bombas de acuerdo con la ONU.
Tras 79 años, el gobierno del país estadounidense continúa sin ser juzgado ante la comunidad internacional, mellando el derecho internacional humanitario, sin pedir perdón por todo el daño perpetrado, por la más letal devastación de la historia, pues continúan los efectos secundarios de la contaminación radioactiva en el medioambiente, apareciendo nuevas patologías no solo en el continente asiático, sino en el mundo entero.
Los efectos devastadores de las invasiones de Estados Unidos en Medio Oriente, como la de Afganistán en 2001, la de Irak en marzo de 2003, que trajeron miles de muertos y refugiados; después su apoyo a las incursiones en Yemen, Siria, el Líbano, continúan dejando muerte y desastres ambientales por las bombas y municiones utilizadas, que siguen provocando contaminación en el aire, el agua, la tierra, trayendo enfermedades congénitas en los niños.
Estados Unidos se ha convertido en el promotor y financiador de los últimos asedios, no solo con el envío de armas a Ucrania, sino también por su continuo apoyo al genocidio que se lleva a cabo en Palestina, ya que desde octubre de 2023 la ayuda supera los $us 8.000 millones, lo que ha causado la muerte de más de 40.000 palestinos, la mayoría niños y mujeres en la Franja de Gaza, convirtiéndose en “un hito nefasto para el mundo”, de acuerdo con la propia ONU.
Washington es el primer proveedor de armas del régimen israelí, ya ha suministrado más de 10.000 toneladas de equipo militar, más de 100 bombas BLU-109 que fueron capaces de penetrar estructuras reforzadas antes de explotar, las mismas que utilizó en Afganistán, Irak y Siria, según The Wall Street Journal (WSJ). Así como recientemente la administración de Biden aprobó la venta a Tel Aviv de un gran paquete de armamento militar por $us 20.000 millones (unos 18.192 millones de euros), incluidos 50 aviones de combate F-15.
Ese es el doble rasero del país del norte, ya que con esas armas se matan niños, pues más de 16.000 infantes palestinos fueron asesinados en la agresión de Israel contra Gaza, mientras que otros 21.000 están desaparecidos. De acuerdo con UNICEF, un promedio de 10 niños por día pierden una o ambas piernas, miles se encuentran heridos, esquivan bombas y balas, huyen por calles llenas de escombros y cadáveres, se ven obligados a dormir al aire libre y carecen de los alimentos básicos y el agua potable que necesitan para sobrevivir.
El Ejército de Israel ha lanzado 18.000 toneladas de explosivos sobre la Franja de Gaza desde el 7 de octubre, lo que equivale a alrededor de 1,5 veces la fuerza explosiva de la bomba lanzada sobre Hiroshima, en Japón, en la Segunda Guerra Mundial, según Salama Marouf, presidente de la Oficina de Medios del Gobierno del enclave.
En ese entendido, el apoyo de Estados Unidos a Israel en armamento no solo está contribuyendo a la destrucción del planeta, sino que está apoyando la aniquilación de la Franja de Gaza, ya que en estos 10 meses de limpieza étnica, 1,9 millones de gazatíes fueron desplazados dentro del territorio hacia refugios abarrotados y tiendas de campaña temporales, donde también son bombardeados.
El horror y el terror son nada para las familias palestinas, agotadas por el continuo desplazamiento, las balas, los misiles, los tanques, sin saber dónde ir, sin agua, sin alimento, sin campamentos seguros, bajo el sonido de las bombas. Es la bestialidad del imperio que no se detiene, ayer fueron Hiroshima y Nagasaki, hoy es Gaza: ¿cuál será el siguiente objetivo?
(*) Sdenka Saavedra Alfaro es escritora, corresponsal de HispanTV