La ceremonia de inauguración de los JJOO de París merece unas líneas. Muchos la calificaron de obra maestra, otros de burla religiosa; sin duda, motivó apasionados comentarios. Por mi parte, entraré a terrenos pantanosos para perturbar a los nostálgicos de “la alta expresión artística de antaño”, con bellas y apolíneas figuras, como en El Triunfo de la voluntad de las olimpiadas hitlerianas.
La estética desarrollada por Thomas Jolly es una tendencia contemporánea que la llaman progre, woke, transgresora, queer, etc., que tiene su génesis y proyección en los masivos medios sociales de comunicación, en las RRSS y en los diversos activismos de la cultura de masas. En esa tesitura iconográfica las imágenes son grandilocuentes y extravagantes, desarrolladas en performances colectivos de un tuttifrutti colorido, de exageraciones corporales, que vemos en desfiles del orgullo gay, en fiestas cosplay, en las frivolidades de las celebridades, y en la alta costura parisina.
La extravagancia posmoderna actual me recuerda las películas del genial Federico Fellini. En Satiricón de 1969, Fellini anticipó el triunfo de la chabacanería con personajes grotescos, con desmedidas escenografías, y escudriñando temas espinosos como la voluptuosidad corporal de las obesas, la ambigüedad sexual de los andróginos, o la impotencia de bellos bisexuales, entre otros signos de este tiempo. Fellini anticipó la diversidad pantagruélica; y eso, que antes era una rareza, es ahora la iconocracia (tiranía de las imágenes) proyectada en celulares, tablets, televisores, etc. En este siglo XXI, se democratizó la estética, y las expresiones plebeyas y de las diversidades ganaron la partida a la belleza, rangosa y sectaria, de las viejas Bellas Artes.
Francia experimentó esa estética contemporánea en estos JJOO, y para lograrlo París, la “ciudad de la luz”, fue puesta a punto con millonarias inversiones como si fuera un gran lienzo. Sin embargo, esas estéticas son fugaces, maléficas y dejan secuelas. Apunte 1: la limpieza del río Sena costó 1.400 millones de euros y, a pesar de la zambullida de Ana Hidalgo, el mítico río sigue infectado; y, concluido el espectáculo, vuelven los migrantes, los turistas, y los hoscos vecinos. Sobre el lienzo urbano parisino se reinstala el nuevo realismo social contemporáneo.
Las estéticas de la sociedad de masas son, también, intensamente paradójicas. Apunte 2: algunos bolivianos alaban el triunfo de la extravagancia porque sucedió en París; pero aquí, en casa, no aceptan los cholets o las entradas folklóricas porque son “borracheras solventadas por la informalidad”. En el nuevo Estado boliviano muchos siguen presumiendo su sometimiento cultural.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto