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En los últimos años, dos corrientes ideológicas aparentemente opuestas han jugado un papel central en la configuración del panorama político y cultural de Estados Unidos: el neoconservadurismo y la cultura woke. Por un lado, los neocons, con sus raíces en la Guerra Fría y su visión de una política exterior agresiva, han influido significativamente en la postura internacional de la potencia del norte. Por otro, la cultura woke, nacida de movimientos por la justicia social, ha ganado prominencia en el debate público, desafiando normas establecidas y promoviendo una mayor conciencia sobre temas de desigualdad y discriminación.
A continuación, exploramos la evolución y el impacto de ambos fenómenos en la sociedad estadounidense contemporánea. Desde el ascenso de los neoconservadores en la política exterior hasta la controversia generada por la cultura de la cancelación vinculada a la cultura woke, se analizan las complejidades y contradicciones de estas dos fuerzas que, aunque diferentes en sus orígenes y objetivos, han llegado a definir gran parte del discurso político actual estadounidense.
Neocons
El neoconservadurismo es uno de los movimientos ideológicos más influyentes en la política estadounidense contemporánea, con raíces que se remontan a la Guerra Fría. A lo largo de las últimas décadas, los neocons han jugado un papel central en la formulación de políticas exteriores de Estados Unidos, particularmente en lo que respecta a su postura militarista y su relación con Israel. A continuación, exploraremos qué es el neoconservadurismo, quiénes son los neocons, su evolución dentro del panorama político estadounidense y su situación actual en relación con los partidos Republicano y Demócrata.
El neoconservadurismo se originó en los Estados Unidos durante las décadas de 1960 y 1970 como una reacción contra la corriente dominante del liberalismo, particularmente en contraposición a lo que sus adherentes percibían como una respuesta débil al comunismo y una actitud permisiva hacia el desorden social. Según Hammad Ahsan y sus colegas académicos del Departamento de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Sargodha, «el neoconservadurismo tiene sus raíces en familias inmigrantes judías de Europa del Este, muchas de las cuales eran antiestalinistas y trotskistas durante las décadas de 1930 y 1940». Este grupo de intelectuales, que incluía a figuras como Irving Kristol y Norman Podhoretz, comenzó a distanciarse de la izquierda política debido a sus desacuerdos en cuestiones de política exterior y valores culturales.
Irving Kristol, considerado uno de los padres fundadores del neoconservadurismo, justificó este movimiento indicando sentirse como «un liberal al que la realidad le ha asaltado». Esta frase encapsula la transición de muchos liberales desencantados hacia una postura más conservadora, especialmente en temas de política exterior. Los neoconservadores creen firmemente en la primacía militar de Estados Unidos y en su deber moral de liderar el mundo en la lucha permanente contra el mal. Más aun, una creencia firmemente asentada al interior de este grupo es el excepcionalísimo, a nivel de las relaciones internacionales, tanto de EEUU como de Israel. Así las cosas, lo que hagan estos dos países bajo el liderazgo neoconservador es definido como lo bueno y todo aquello que se oponga es lo malo.
Evolución
A medida que el neoconservadurismo se consolidaba, comenzó a influir en la política exterior de Estados Unidos. Durante la Guerra Fría, los neocons se posicionaron como fuertes defensores del anticomunismo, apoyando políticas que promovieran un enfrentamiento directo con la Unión Soviética y otras potencias comunistas. Esta postura les llevó a rechazar cualquier forma de apaciguamiento o negociación con los adversarios de Estados Unidos, abogando en cambio por una política exterior agresiva y militarista.
La influencia neoconservadora alcanzó su apogeo durante las administraciones de Ronald Reagan y George W. Bush. Reagan, por ejemplo, adoptó muchas de las ideas neoconservadoras, incluyendo el incremento del gasto militar y la intervención en conflictos extranjeros para contrarrestar la influencia soviética. Sin embargo, fue durante el mandato de George W. Bush cuando el neoconservadurismo realmente definió la política exterior de Estados Unidos.
Paul Wolfowitz desempeñó un papel fundamental en la consolidación de los neoconservadores y en la promoción de su agenda dentro de la política exterior de Estados Unidos. Su influencia es particularmente notable durante las décadas de 1980 y 2000.
Uno de los aportes más influyentes de Wolfowitz fue la formulación de la doctrina que lleva su nombre, en 1992, que proponía un enfoque unilateral en la política exterior estadounidense. Este documento, oficialmente conocido como «Defense Policy Guidance», abogaba por una estrategia de «Pax Americana» donde Estados Unidos debía asegurar su dominio global a través de la disuasión militar, sin depender de instituciones internacionales o alianzas que pudieran limitar su capacidad de acción.
Israel
Una de las características más notables del neoconservadurismo es su fuerte apoyo a Israel. Desde sus inicios, los neocons han visto a Israel no solo como un aliado estratégico en el Medio Oriente, sino también como un Estado moralmente excepcional que merece la defensa incondicional de Estados Unidos. Jim Lobe, un periodista norteamericano y veterano observador del neoconservadurismo, sostiene que «la defensa de Israel ha sido un pilar central de la cosmovisión neoconservadora desde el principio».
Este apoyo inquebrantable a Israel se refleja en la postura neoconservadora hacia los conflictos en el Medio Oriente. Los neocons han abogado repetidamente por políticas que aseguren la seguridad de Israel, incluso si esto implica desafiar las normas internacionales o emprender acciones unilaterales. Por ejemplo, durante la Guerra de Irak, los neocons promovieron la idea de que derrocar a Saddam Hussein no solo sería beneficioso para Estados Unidos, sino también para la seguridad de Israel. Este respaldo incondicional se observa igualmente con la situación bélica en Gaza en la actualidad.
Presente y porvenir
Hoy, el movimiento neoconservador enfrenta un panorama político complejo. Aunque su influencia ha disminuido en comparación con su apogeo durante los gobiernos de Reagan y Bush, los neocons siguen siendo una fuerza influyente en la política estadounidense.
Desde la perspectiva del columnista sobre temas de sociedad y política estadounidense, Mark Lessereaux, “a mediados de la década de 2010, gigantes neoconservadores como William Kristol y Victoria Nuland habían migrado del Partido Republicano al Partido Demócrata. Aunque esta migración se debió en gran parte a la aceptación del Partido Republicano por parte de Donald Trump, estos mimados neoconservadores también se dieron cuenta astutamente de que los halcones de guerra dependientes de los donantes, como los futuros candidatos presidenciales Hillary Clinton y Joe Biden, no harían nada para desafiar los objetivos de política exterior neoconservadora. A todos los efectos, Clinton, Biden y una parte significativa del resto del establishment del Partido Demócrata ya estaban neoconizados a principios y mediados de la década de 2010”.
Prosigue y sostiene que “ahora, en la década de 2020, la neoconización de la posición del Partido Demócrata en materia de política exterior es tan completa que incluso demócratas progresistas como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez han estado votando (casi) en sintonía con los republicanos y sus correligionarios demócratas en cuestiones como el aumento del ya exorbitante presupuesto de defensa de Estados Unidos de 825 mil millones de dólares y la aprobación de cientos de miles de millones de dólares en armas y ayuda monetaria que se envían a Israel y Ucrania entre 2022 y 2024”.
El ascenso de Donald Trump marcó un desafío significativo para los neocons. Trump, con su retórica aislacionista y su escepticismo hacia las intervenciones militares, se distanció de la ortodoxia neoconservadora, generando fricciones dentro del Partido Republicano.
En las primarias de 2016, Trump ganó haciendo campaña contra el intervencionismo estadounidense, que está en el núcleo de las creencias neoconservadoras, e interpretando una fuerte crítica nacionalista que se sintetizaba en el slogan “hacer grande a Estados Unidos otra vez”. Aunque los neocons siguieron ocupando espacios al interior de su gestión, la relación no fue tan fluida como con los últimos gobiernos demócratas, incluido la actual gestión de Biden.
Cabe recordar que los neocons y el complejo militar industrial estadounidense están intrínsecamente relacionados a través de sus intereses compartidos en la política exterior y la defensa nacional.
El complejo militar industrial hace referencia a la relación entre el gobierno de EEUU, las fuerzas armadas y la industria de defensa. Este término fue popularizado por el presidente Dwight D. Eisenhower, quien, en su discurso de despedida, en 1961, advirtió sobre la influencia desproporcionada que podría ejercer este ente sobre la política y la economía del país.
“Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o nuestros procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Sólo una ciudadanía alerta e informada puede obligar a que la enorme maquinaria industrial y militar de defensa se combine adecuadamente con nuestros métodos y objetivos pacíficos”, dijo Eisenhower en ese tiempo, algo que resuena con mucha claridad en el presente.
Cultura Woke
En los últimos años, el término woke ha ganado una enorme relevancia en la vida política y cultural de Estados Unidos. Originado como una expresión de conciencia social, particularmente en relación con las injusticias raciales, la cultura woke ha evolucionado hasta convertirse en un fenómeno complejo y actualmente es un nudo central de una auténtica batalla cultural. Comprender la cultura woke es esencial para entender algunas de las tensiones actuales en la política y sociedad estadounidense.
El término woke proviene del inglés wake, que significa despertar; es el participio de ese verbo. Originalmente era una expresión utilizada en las comunidades afroamericanas para describir un estado de alerta frente a las injusticias raciales y sociales. Esta frase se popularizó en el siglo XX, particularmente durante el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960. Sin embargo, fue en el siglo XXI cuando el concepto de wokeness comenzó a expandirse más allá de la lucha racial, abarcando temas como el feminismo, los derechos LGBTQ+, y la justicia social en general.
La cultura woke tiene raíces en diversas corrientes filosóficas, entre las que se destacan el postmodernismo y el marxismo. Estas corrientes cuestionan las narrativas dominantes y enfatizan la importancia del poder y la identidad en la estructura social.
Como señala el profesor de filosofía Matthew Sharpe, «el postmodernismo socava las certezas universales, promoviendo una visión del mundo donde las experiencias subjetivas y las identidades tienen prioridad». Esta base filosófica ha dado forma al discurso woke, enfocándose en cómo las estructuras de poder perpetúan la opresión y la desigualdad.
Durante la primera década del siglo XXI, el concepto de wokeness se mantuvo relativamente limitado a círculos académicos y activistas. Sin embargo, a partir de la segunda década del siglo, especialmente con el surgimiento del movimiento Black Lives Matter en 2013, el término comenzó a ganar popularidad. Las redes sociales jugaron un papel central en esa expansión, ya que permitieron a activistas y ciudadanos comunes compartir sus experiencias y preocupaciones sobre la injusticia social a una escala sin precedentes.
El ascenso de figuras públicas que adoptaban un discurso woke, como la activista y académica Angela Davis, y la creciente visibilidad de movimientos sociales, llevaron a que lo woke se convirtiera en un símbolo de conciencia y compromiso social. En un principio, ser woke era visto como algo positivo, un estado deseable de conciencia en el que se reconocían y enfrentaban las desigualdades sistémicas.
Reacción
A medida que la cultura woke se consolidaba, también comenzaron a surgir críticas. En la década actual, el término empezó a ser utilizado de manera peyorativa por algunos sectores políticos y sociales en Estados Unidos. Aquello que en un inicio era visto como un movimiento necesario para combatir la desigualdad, comenzó a ser percibido como excesivamente dogmático e intolerante hacia cualquier visión divergente.
Según explica el filósofo alemán Hans-Georg Moeller, profesor del Departamento de Filosofía y Estudios Religiosos de la Universidad de Macao, “el término wokeísmo se utiliza ampliamente hoy en día como una etiqueta polémica y a menudo peyorativa en América del Norte y Europa. Generalmente se refiere a un nuevo tipo de ‘política de identidad’ y ‘corrección política’ que promueve la equidad y la diversidad de las identidades raciales, sexuales y de género ‘marginadas’. Es especialmente sensible al uso del lenguaje y, por ejemplo, exige la abolición de la terminología racista y la distinción de género ‘sexista’ en el lenguaje, así como el uso ‘correcto’ de los pronombres personales”.
“Los políticos e intelectuales conservadores suelen describir el wakeismo como una nueva forma de izquierdismo radical. El intelectual público Jordan Peterson, por ejemplo, lo considera una combinación diabólica de marxismo y posmodernismo. Sin embargo, una minoría significativa de académicos de izquierda, entre ellos Walter Benn Michaels y Adolph Reed, no está de acuerdo y lo ve como un nuevo tipo de neoliberalismo que apoya al capitalismo y al individualismo y tiende a restar importancia a la lucha de clases. Después de todo, las grandes corporaciones y los principales partidos políticos neoliberales, como los demócratas en los Estados Unidos, lo emplean mucho en el marketing”.
El fenómeno conocido como la cultura de la cancelación (cancel culture) se convirtió en una de las manifestaciones más controversiales de la cultura woke. La cultura de la cancelación se refiere al rechazo público y la censura de individuos u organizaciones que son percibidos como ofensivos o contrarios a los valores progresistas. Esto a menudo implica campañas de boicot en redes sociales, la pérdida de empleo o la exclusión de espacios públicos y profesionales.
Este enfoque ha llevado a acusaciones de autoritarismo y ha generado un profundo debate sobre la libertad de expresión en Estados Unidos y Europa Occidental. Críticos de la cultura woke argumentan que su insistencia en la corrección política y la cancelación de aquellos que no se alinean con sus ideales crea un clima de temor y autocensura. En palabras del politólogo Andrew Sullivan, «el problema con la cultura woke es que, en lugar de promover el diálogo, instaura una nueva forma de dogmatismo».
Moeller asevera que “el wokeismo comparte numerosas similitudes con las religiones y, en particular, con el cristianismo. Es sumamente dogmático al centrarse en unos pocos valores morales ‘absolutos’ relacionados con la justicia social que solo se pueden afirmar, pero no negar. De esta manera, no invita a la argumentación ni al debate, sino que, en cambio, fomenta el sentimiento moral y los sentimientos de rectitud. Promete una absolución secular de la maldad heredada y ‘cancela’ a los herejes”.
Mientras el debate continúa, importantes figuras de Hollywood comienzan a verse presionados por la cultura woke y deciden manifestarse en contra de ésta, argumentando que atenta contra la libertad necesaria para hacer arte y para comunicar ideas libremente. No es tema relegado a las calles y redes sociales, la realeza cultural de Occidente está sintiendo los pinchazos.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político