Hace una semana, la creación más célebre del humorista gráfico e historietista argentino Quino, Mafalda, cumplió 60 años. Hoy, esta niña tan crítica de las contradicciones, desigualdades y absurdos del mundo sopla una vela sin la presencia de su padre, Joaquín Salvador Lavado, y eso le debe doler en todo el cuerpo. Sin embargo, como la pequeña está hecha de papel, tinta y talento, vivirá por siempre y mediante ella vivirá quien le dio vida. Mafalda, su familia y sus amiguitos ya tienen su lugar en este pequeño planeta. Todos los personajes de esta historieta tan argentina, tan universal, se han instalado en mente y corazón porque son un abanico de identidades que cierran en un perfecto círculo. En ellos se dibuja la ecuación de la sociedad. ¿Quién no lleva adentro el bichito del chisme de Susanita o la inseguridad infundada de Felipe o la distracción de Miguelito o la tentación por la guita de Manolito o la frontalidad de Libertad o la ternura piola de Guille o las ganas de cambiar el mundo de Mafalda? Estos son los niños que nos habitan y nos permiten la juventud eterna. Será por eso que Quino prefirió dejar de dibujarlos antes que verlos crecer. Otras manos artistas los sacaron de la hoja de papel para poder palparlos o verlos en movimiento, como anunció el cineasta argentino Juan José Campanella, el ganador de un Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2010 por El secreto de sus ojos, basada en la novela de otro argentino, Eduardo Sacheri. El mayor desafío para Campanella, que tiene también una niñez amarrada a esta tira cómica y se ha comprometido con la compleja traducción del humor gráfico al lenguaje audiovisual en estos tiempos de abandono del papel y parafernalia digital. Pareciera que se autoriza todo menos el paso del tiempo.
Sin embargo, circuló el dibujo de una Mafalda crecida del ilustrador Dan Mora: la visualizó de adulta como una activista del medio ambiente, con un micrófono en la mano y una credencial de Naciones Unidas. Admitamos que nos duele la idea de que Mafalda dejó de ser la niña que nos acompañó e inspiró. Duele pensar que creció, que tomó decisiones, que se equivocó, que no piensa necesariamente como uno. Aterra pensar que no se apuró en cambiar el mundo y que, como ella misma anticipó, el mundo terminó por cambiarla a ella y a nosotros.
A propósito de tiempos y de fechas, la tira cómica se publicó por primera vez en 1964, pero en verdad Quino la concibió el 15 de marzo de 1962. O sea, Mafaldita tiene hoy 62 años. Pensemos que sigue buscando un mundo de paz, pensemos que sigue preocupada por la salud de la tierra, pensemos que sigue persiguiendo valores democráticos, pensemos que la política no la abandonó y que la chica persiguió una carrera universitaria y su espíritu crítico la persiguió a ella. ¿Dónde estaría?
Permítanme imaginar que Mafalda ha logrado penetrar la piel de muchas niñas y después mujeres en todo este pequeño mundo. Por lo tanto, permítanme imaginar que esta semana ha florecido en la voz de la flamante presidenta Claudia Sheinbaum, como Mafalda, de 62 años. Permítanme imaginar nuevamente la imagen de esa Claudia niña ejecutando con rigurosidad su charango, consciente de la perseverancia y la disciplina como insumos indispensables para hacer música y para tomar decisiones individuales y colectivas. Solo desde estas imágenes se puede creer la generosidad de Claudia con Andrés Manuel López Obrador al declararlo el mejor presidente mexicano. Solo desde estas imágenes es creíble el gesto de lealtad con su compañero político.
“No llego sola, llegamos todas”, dijo la niña de 62 años. Y sí, con esta Claudia llegan otras mafaldas como la revolucionaria Guadalupe, la independentista Josefa, las rebeldes Margarita y Adela, la pintora Frida, la primera mujer matemática Enriqueta. La presidenta con “A”, corto y claro, criticó al neoliberalismo y volvió a dar su voto por el nuevo modelo de desarrollo mexicano. No importa tanto si posee la verdad. Importa que piensa, dice y actúa con la fuerza de sus principios. Su humanismo mexicano la empujó esta semana a repetir: “por el bien de todos, primero los pobres”. Y así, la vimos entrar al Congreso y después al Zócalo con un hermoso vestido blanco bordado de muchos colores: honestidad, amor por la naturaleza, libertad, pueblo, austeridad, igualdad sustantiva, insubordinación, política con amor, amor a secas. Con ella entraron las mafaldas indígenas, profesionales, estudiantes, artistas, migrantes, amas de casa, académicas, madres, abuelas, mexicanas y no mexicanas. “Llegamos todas”.
Claudia Benavente
es doctora en ciencias sociales y stronguista.