Ocurrió a las 4 y media de la tarde de un 26 de julio de 2001, en la sala principal de un conocido centro cultural de la Ciudad de México. Junto a decenas de personas que atiborraban el sitio, conversaban el catedrático mexicano Alberto Híjar y el periodista argentino José Steinsleger, cuando un murmullo creciente atrajo la mirada de todos hacia la puerta por donde ingresó un hombre en silla de ruedas, rodeado de varias personas, entre ellas una mujer.
Alberto Híjar fijó la mirada en el hombre y le preguntó al periodista, “oye, ¿no es ése Gary Prado? Y el periodista le confirmó: “sí, es el embajador de Bolivia”. El catedrático, que tenía en la mano una copa de vino blanco, caminó hacia el sitio y se abrió paso con los codos hasta llegar frente al hombre en silla de ruedas, cruzaron las miradas, y sin más, le echó en la cara el vino de su copa gritándole ¡A la salud del Che, asesino!
Han pasado 23 años del hecho y a sus 88 años de edad, lúcido y sonriente, el profesor Híjar aún lo recuerda y le cuenta a este reportero:
“Yo no preví si llevaba escolta o qué iba a pasar, pero inmediatamente sentí un empujón hacia atrás, de una barrera de gente, puras mujeres, hasta que quedé con la espalda recargada en una pared. Eran compañeras a las que yo no conocía, hicieron una valla que me echó para atrás, protegiéndome, mientras se armaba el escándalo. La esposa de Gary Prado me gritaba ‘él sólo cumplió órdenes militares, frente a un invasor, frente a un ejército invasor’…”
“José Steinsleger me dijo: no te muevas de aquí y salió corriendo. Luego regresó y me dijo mañana es primera plana en La Jornada (periódico mexicano). Ya cuando tomé conciencia de lo que había hecho, dije ¿ahora cómo me voy?, pero no hubo mayores problemas, salí despacio, caminando y me fui a mi casa”.
Su casa está en una zona alejada del centro de la Ciudad de México, al sur, en Tlalpan. Ahí, en medio de libros y cuadros, el excatedrático de la UNAM, crítico de arte y escritor, me contó que el escándalo alteró el ritmo de su vida, pues de inmediato empezó a recibir llamadas telefónicas, unas de apoyo, pero las más de amenazas de muerte.
“A tantos años, pienso que fue importante lo que hice, sobre todo por dar certeza de que el Che no cayó en combate, como mintieron, sino que fue asesinado en la escuelita y que Gary Prado fue el comandante de la operación en la Quebrada del Churo”. Le pregunto si no tiene algún cargo de conciencia o arrepentimiento.
“No, ninguno, a pesar del argumento de los defensores de Gary Prado; me acuerdo de un General que dijo que yo no entendía el honor militar y que había sido una barbaridad lo que había ocurrido. Pues ese argumento de que el honor militar está por encima de las posiciones políticas es algo que no admitimos quienes hemos pertenecido a alguna organización político-militar contra el capitalismo…”
El hecho le trajo varios enemigos, pero también amigos que, en otras circunstancias, no habría conocido, como le ocurrió con Osvaldo Peredo Leigue, el Chato Peredo, un día que anduvo por México.
“Lo conocí en una comida que organizaron unos compañeros, aquí en Tlalpan, y había vino y empezaron a servirlo, y a la dueña de la casa se le ocurrió hacer una broma diciendo cuidado con Alberto porque avienta copas de vino, y salta el Chato Peredo y dice ¿usted fue? Entonces corrió y nos abrazamos y desde ahí nos hicimos entrañables amigos. Con todas esas cosas, ¿cómo puedo arrepentirme de lo que hice?, al contrario, me enorgullezco y lo volvería a hacer”.
Actualmente, Alberto Híjar se dedica a dar conferencias y escribir libros, pero dice que lo recuerdan más por lo de la copa de vino, no obstante que en su biografía también aparece que fue militante de la organización guerrillera Fuerzas de Liberación Nacional, detenido, torturado y encarcelado en 1974; que fue discípulo, amigo y albacea del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros y que en 1994, cuando surgió la guerrilla zapatista, fue de nuevo encarcelado porque descubrieron que en la universidad había sido maestro y asesor de tesis de Rafael Sebastián Guillén Vicente ¿quién es? Nada menos que el mismísimo Subcomandante Marcos.
El pasado 9 de octubre se recordó el asesinato del comandante Guevara y por eso creí necesario volver a contar este suceso. Para quien no lo sabía, o para quien prefiere olvidarlo.
(*) Javier Bustillos Zamorano es periodista