La reciente visita de Donald Trump a un local de McDonald’s en Feasterville, Pensilvania (uno de los Estados considerados clave), ha generado tanto atención mediática como controversia en redes sociales, pero ¿fue una estrategia acertada de su campaña? El expresidente fue fotografiado atendiendo en el “drive-thru” y sirviendo papas en un evento orquestado a puerta cerrada, con asistentes y vehículos previamente seleccionados.
Aunque McDonald’s ha dejado claro que no apoya a ningún candidato, la visita ha generado una oleada de reacciones, tanto a favor como en contra. De hecho, McDonald’s ha dicho que no es ni rojo ni azul, son dorados e invitó a Kamala yTim Walz a visitar uno de sus restaurantes para demostrar cómo la multinacional estadounidense crea oportunidades y procura soporte a las comunidades locales.
Desde una perspectiva de marketing político, este tipo de acciones son lo que podríamos llamar disruptivas. Generan conversación al romper con las expectativas tradicionales de lo que se espera de un candidato presidencial, especialmente en una campaña tan polarizada como la actual. Al aparecer en un entorno tan popular y común como McDonald’s, Trump intenta conectar con el “americano promedio” y posicionarse como cercano al pueblo, en contraste con la élite política. Este gesto, sea auténtico o una simple puesta en escena, tiene el potencial de atraer a votantes que valoran este tipo de símbolos de cercanía.
Sin embargo, la clave de una estrategia como esta es la autenticidad percibida. Si los votantes y usuarios de redes sociales perciben que todo es un montaje cuidadosamente planeado y ejecutado para las cámaras, puede volverse en contra. La autenticidad es uno de los valores más apreciados por los votantes en la era digital, y el hecho de que todo estuviera “simulado” puede ser motivo de críticas, especialmente si se considera que los asistentes fueron preseleccionados y los vehículos alineados como parte de la escenografía. En las redes sociales, este tipo de eventos pueden volverse un arma de doble filo: por un lado, generan atención, pero por otro, abren la puerta a cuestionamientos sobre la sinceridad de la campaña.
En términos de conversación en redes, una visita de este tipo está diseñada para viralizarse. Las imágenes de Trump sirviendo comida son fácilmente compartibles y generan reacciones polarizadas: unos lo verán como un gesto populista efectivo, mientras otros lo criticarán por lo que consideran una actuación poco genuina. Sin embargo, la conversación que se genera en torno a si esta visita fue un acto de relaciones públicas genuino o una mera puesta en escena podría ser el verdadero motor de su viralidad. En este sentido, más que el acto en sí, lo que importa es cómo la conversación se sostiene en las redes sociales: ¿se debatirá sobre si fue auténtico? ¿Se cuestionará la veracidad de la escenificación? ¿Los memes y reacciones fortalecerán su imagen o la dañarán?
Ya lo decía George Orwell: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.
Eduardo Silva es especialista en gestión de la reputación empresarial y CEO de WeCom Bolivia.