La celebración de Todos Santos es una de las festividades más profundamente arraigadas en la cultura boliviana. Según nuestras creencias, el 1 de noviembre, al mediodía, las “almitas” descienden a la tierra para compartir un altar cuidadosamente dispuesto por sus familias, lleno de esmero, nostalgia y amor.
Durante el 1 y 2 de noviembre, las familias bolivianas nos preparamos para recibir a las almas de nuestros seres queridos, e incluso a las de sus mascotas que ya no están en este mundo. Los altares son un reflejo de la esencia de quienes han partido; estos espacios son adornados con fotografías, velas, flores, y se acompañan de música, oraciones tradicionales y cánticos característicos. Cada detalle revive momentos y recuerdos, invitando a las almas a compartir, aunque sea por un instante fugaz, el calor del hogar que una vez habitaron.
Entre los elementos indispensables de estos altares destacan las t’antawawas, panes de distintas formas y tamaños que originalmente se moldeaban en la figura de una persona. Estas figuras representan el alma de quien ha partido y se desea recordar. La palabra t’antawawa tiene origen quechua: t’anta significa pan y wawa significa bebé o niño.
Esta festividad, producto de un sincretismo religioso, está profundamente vinculada a la cosmovisión andina, la cual entiende la muerte como un tránsito y no como un final. Las ofrendas reflejan aquello que los difuntos amaron en vida, bajo la creencia de que, en estas fechas sagradas, las almas retornan para compartir un momento de comunión entre el mundo terrenal y el eterno. En este intercambio, el amor trasciende cualquier despedida.
Sin embargo, en los últimos años, Bolivia ha presenciado la creciente popularidad de Halloween, una festividad extranjera que plantea un desafío para la preservación de nuestras costumbres. La influencia de los medios de comunicación y las redes sociales ha promovido esta celebración, relegando las tradiciones de Todos Santos al ámbito rural o al recuerdo de las generaciones adultas.
Lo que comenzó como una simple influencia cultural se ha transformado en un instrumento de enajenación, generando preocupación entre quienes valoran nuestras raíces. Esto nos lleva a cuestionarnos: ¿estamos perdiendo nuestra identidad cultural en favor de festividades importadas que no representan nuestra esencia ni nuestra cosmovisión?
Cada vez es más común ver cómo Halloween, con sus disfraces y estética comercial, atrae a niños y jóvenes, desplazando las prácticas tradicionales como la construcción de altares y la recolección de masitas. Lo que solía ser un momento de reflexión y unidad familiar, está siendo reemplazado por una celebración superficial que no refleja el profundo significado del Día de los Difuntos en Bolivia.
Esto no significa rechazar Halloween, sino reflexionar sobre la importancia de preservar y valorar nuestras tradiciones. Aunque Bolivia forma parte de un mundo globalizado, es esencial mantener viva nuestra herencia cultural. Nuestras costumbres no solo nos conectan con nuestras raíces, sino que también nos diferencian y fortalecen nuestra identidad nacional.
Afortunadamente, algunos municipios, como Potosí, ya están implementando medidas para proteger nuestras festividades tradicionales mediante actividades que refuercen la importancia de Todos Santos. Estas iniciativas son un rayo de esperanza para asegurar que nuestras costumbres perduren y sean transmitidas con orgullo a las nuevas generaciones.
No podemos permitir que una festividad extranjera apague la luz de nuestras tradiciones, especialmente aquellas tan significativas como Todos Santos, que nos conecta espiritualmente con quienes ya transitaron hacia otro estadio de la vida. Preservar nuestras costumbres es salvaguardar nuestra esencia, el vínculo irrenunciable con quienes fuimos y con quienes somos. Bolivia no puede darse el lujo de perder su esencia e identidad. ¿Y tú qué prefieres: dulces o t’antawawas? [ Carmen Rosa Ríos]