En la radio, una señora dice que todo lo que sucede, conviene; que todo lo malo que nos pasa es porque lo elegimos, lo atraemos, lo incitamos. Que el que no es feliz, es porque no quiere. ¿Dónde escuché eso antes? Es algo como “el pobre es pobre porque quiere”; peor aún, se parece tanto a “ella lo provocó”.
Hablar siempre es tan fácil. Desde afuera todas y todos tenemos las respuestas, somos heroínas, héroes de antesala. Qué poco entendemos, quizás por esto replicamos en redes imágenes que repiten una y otra vez cómo matan a las mujeres, por eso creemos que una ley contra la violencia es una amenaza antes que una política de prevención, o una garantía, o por eso el hecho de que maten a una mujer cada dos o tres días, resuena como una letanía, como “lo ajeno”, como “lo de otras”, lo “de ellas”.
Pero, ¿y a la que le pasa? ¿A la que tiene que poner su cara, su nombre, su vida en juego? ¿Cómo la pensamos? En una sociedad en la que la violencia es mera estadística, olvidamos a las miles de mujeres que viven esa realidad en múltiples formas.
Mientras se instala y refuerza el adjetivo “locas” o se nos dice que exageramos, muchas chicas salen a la tienda y no vuelven a sus casas. Son años de escucha de las mismas preguntas: qué estaba haciendo, dónde, por qué, qué había tomado. Más allá del dato, de la película, del cartel, qué poco sabemos sobre lo que es huir desesperadamente, escapar “del amor” con el corazón latiendo por el miedo como un compañero constante.
¿Cuántas veces fuimos a solicitar medidas de protección? Cuántas llegan a casa sabiendo que el “NO va a ser sí” y luego vivir con el silencio cómplice de tu propia familia ese silencio que grita más fuerte que cualquier palabra.
De acuerdo con datos de la Fiscalía, en 2023 se recibieron 51.770 denuncias por el delito de violencia, esto es más de 140 por día; sí, por día. Y, sin embargo, solo se emitieron 650 resoluciones de medidas de protección para las víctimas; es decir en el 1,25% de los casos. Hasta octubre de este año se cuentan 76 feminicidios; ojalá les hubiésemos prestado atención cuando todavía la necesitaban, ojalá ese montón de infiernos que seguro pasaron nos hubiese movido del lugar de espectadores, ojalá no las hubieran matado por atreverse a decir que no.
Es cierto, violencia es una mujer muerta cada tres días en Bolivia, pero también es ese policía que nos mandó a conciliar, ese tipo que se masturbó frente a nosotras en público, ese ex que comparte imágenes o charlas tuyas para porque no te quedaste a su lado, ese docente que te invita a su casa; del que se dice que es un acosador, pero es “buen profe”; ese vecino que jugaba morbosamente a ser tu novio cuando eras una niña, esa pequeña de ocho, diez, trece años que esperaba que toquen la puerta para salvarla.
Vivir sin miedo dicen la canción y el letrero. Mataron a mi hermana, desaparecieron a mi amiga, mi prima está en terapia intensiva, mi hija no regresó. Nadie pagó por el crimen, no hubo detenciones ni juicios. Los lamentos resuenan, cientos de mujeres movilizadas, mientras intento explicar a mi hija de diez años por qué marchamos el 25 de noviembre.
*Cecilia Terrazas Ruiz es comunicadora social, feminista.