Orgullo de los mexicanos, el Nobel de Literatura Octavio Paz tiene, como cualquier mortal, sombras y claridades en su biografía. De su luz nos beneficiamos todos, pero de sus oscuridades debemos avergonzarnos, porque hizo víctimas a su primera mujer Elena Garro y a su única hija Laura Helena Paz Garro, de lo que hoy se tipifica como violencia emocional y maltrato sicológico. Por órdenes de un gobernante, no sólo las expulsó de su vida, sino también de su patria a la que regresaron después de muchos años, sólo a morir en un total abandono.
Es la otra historia de este inmenso poeta, que nos la cuentan la escritora Elena Poniatowska, que fue amiga de los tres, y Patricia Rosas Lopátegui, biógrafa de Elena Garro. De sus libros y artículos, viene este breve resumen, dividido en dos entregas, a propósito de este 25 de noviembre en que se conmemora el Día Internacional en Contra de la Violencia hacia las Mujeres.
Fue en 1935, cuando el joven Octavio Paz conoció, en una fiesta, a la mujer que voltearía de cabeza su vida: la inteligente y hermosa Elena Garro Navarro de 19 años de edad, estudiante de Filosofía y Letras en la UNAM, coreógrafa del teatro universitario y bailarina de ballet clásico.
El flechazo fue mutuo. Se enamoraron y en 1937 se casaron. El escritor y la bella fueron el centro de atención del mundillo intelectual de entonces. Los primeros años, felices: engendraron a su hija y exitosos textos, él como poeta y ella como periodista. Hasta que, en la guerra de poderes, que se establece en toda relación, fue imponiéndose sólo uno.
Elena Poniatowska en su libro “Las siete cabritas” (Era, 2000) cuenta: “guapa, provocativa, competía con Octavio Paz. Cuando estaban los dos presentes era Elena la que atraía todas las miradas y era a ella a quien escuchaban… alzaba la voz y hablaba a veces como el oráculo de Delfos. Octavio, entonces, se iba a otra pieza y desde allí, tras la puerta, disfrutaba la alocución de Elena”.
Cuando discutían, cuenta Poniatowska, Elena se imponía a Octavio ¡a Octavio Paz, el gran polemista! y este callaba, primero inquieto, luego confundido y finalmente resentido. Publicó su conocido poema “Entre la piedra y la flor” pero su mujer lo rebasó con un reportaje sobre mujeres presas que acaparó la atención pública. Elena creció tanto, que empezó a crearle problemas a su marido: en 1941 fue la primera intelectual que escribió una serie de artículos en defensa de los derechos de las mujeres, cuando la sociedad mexicana se caracterizaba por su misoginia y sexismo. Simultáneamente, se dedicó a defender indígenas en contra de terratenientes y el gobierno.
Los periódicos de ese tiempo retrataban a Elena Garro, elegante, con abrigos de pieles, joyas y de imponente belleza, rodeada de indígenas con abarcas y sombreros de paja. Ella misma diría después, que esa era precisamente su táctica: presentarse lo más bella y mejor vestida posible, ante funcionarios que iban del asombro al miedo y de ahí al deslumbramiento. Y por supuesto, todos cedían.
Encaraba a gobernadores y los acusaba de enriquecerse a costa del erario público; al presidente de la república le dijo que no se creyera dios; que no era más que un empleado del pueblo. Todo esto en un tiempo —entre 1940 y 1960— en el que el gobierno era tan poderoso como autoritario y el Presidente era intocable junto a la Virgen de Guadalupe y el Ejército.
A los intelectuales los acusó de ser cómplices del gobierno por los favores y prebendas que les asignaba. En una reunión internacional en la que Octavio Paz y la crema y nata de la intelectualidad mexicana agasajaban al escritor venezolano Rómulo Gallegos (que en su discurso exaltaba el pasado indígena de los pueblos latinoamericanos) se presentó Elena Garro al mando de 30 campesinos y les pidió que firmaran un pliego petitorio para que el gobierno les devuelva sus tierras. Y como nadie firmó, en represalia, Elena y sus indios desinflaron las llantas de todos los automóviles que los intelectuales habían estacionado en las calles adyacentes al sitio.
Esto sacó de sus casillas a Paz y comenzó a quebrarse el matrimonio. El entonces presidente Adolfo López Mateos le ordenó al poeta sacar del país a Elena. “Su mujer es muy revoltosa, es mejor que la mande lejos”. Elena y su hija Laura Helena fueron enviadas a Francia…
Javier Bustillos Zamorano es periodista.