Mañana de sol en un municipio lejano, bebé de cuatro meses en casa. Laptop abierta conectada a un proyector. La urgencia física me obliga a salir. Me disculpo con discreción, camino al baño del Alcalde —frío, sin tranca—, sentada al borde del lavamanos me conecto al extractor de leche. Quince minutos más tarde, regreso como si nada. Nadie lo nota.
Pero lo que no se ve, también pesa. Pausas que no figuran en las hojas de vida, ausencias sin justificativo formal, malabares para llegar a todo y lidiar con la culpa de saber que hay algo que estamos dejando de hacer. Es el guion de miles de mujeres que maternan. No son una excepción, son una constante. Y, sin embargo, siguen siendo invisibles.
Muchas veces, esas pausas se traducen en gaps en los CVs. En entrevistas que preguntan por “esos meses sin actividad”, porque no ser madre no viene con certificado de trabajo. Son pausas que se convierten en oportunidades que a veces no llegan. Pero lo que ocurre en esos meses no es inactividad, es trabajo. Cuidado. Gestión emocional. Resolución de conflictos. Toma de decisiones bajo presión. Todo eso —cuando se lo elige— transforma. No detiene una carrera, la reconfigura, un nuevo set de habilidades que no vienen con diploma, pero que valen igual o más que muchos programas ejecutivos.
Porque toda madre trabaja. Desde un escritorio o desde casa. En América Latina, las mujeres dedican en promedio más de 35 horas semanales al trabajo de cuidado no remunerado. Esa contribución, si se midiera en términos económicos, equivaldría hasta un 20% del PIB en algunos países. Sin ese trabajo invisible, el sistema se detendría.
Muchas madres, por oportunidad o por necesidad, emprenden y lideran empresas. Lo que aportan no solo sostiene hogares, también sostiene economías. En Bolivia y en la región, una proporción altísima de las pequeñas y medianas empresas están lideradas por madres. Esas pymes generan empleo, dinamizan mercados, tejen redes de apoyo. Pero en lugar de apostar por su formalización y crecimiento, muchas veces el sistema las invisibiliza. Se las romantiza como ejemplos de sacrificio, pero no se les da acceso al crédito, ni a compras estatales, ni a políticas que las proyecten. Y, sin embargo, ahí están; resistiendo y liderando desde otra lógica. Con profesionalismo, porque las horas no les sobran, con más adaptabilidad, visión, eficiencia y empatía.
La maternidad puede potenciar habilidades clave para el trabajo, comunicación asertiva, gestión de conflictos, organización del tiempo y creatividad. Esto convierte a muchas madres en profesionales altamente productivas, con una mirada fresca y práctica que suma en cualquier equipo.
Ser madre transforma la vida, el cuerpo, la agenda y también la forma de trabajar. Pero debe ser una elección, no una expectativa social ni una obligación. No todas queremos ser madres, y muchas tampoco podemos serlo. Y está bien. La maternidad no define quiénes somos ni nuestro valor. Cada una construye su camino, con o sin hijos, y todas merecemos respeto y libertad para decidir qué significa ser mujer en nuestra vida y en nuestro trabajo.
Este 27 de mayo, más allá del homenaje, vale hacer una pausa incómoda pero necesaria. No para idealizar, sino para nombrar con datos claros lo que no siempre se ve: Maternar es trabajo. Un trabajo que sostiene economías, familias y mercados. Un trabajo que, aunque no cotiza en bolsa, aporta con fuerza y merece reconocimiento real. En lo privado, se esperan flores; en lo público, reconocimiento traducido en políticas, inclusión y corresponsabilidad.
(*) Nabilia Rivero es subgerente de Comunicación de CAINCO