Después una campaña política polarizante, llena de animosidad contra la población latina-estadounidense, los dos partidos políticos de Estados Unidos tienen algo que celebrar. Los republicanos mantuvieron su hegemonía en el Senado, mientras que los demócratas recuperaron el liderazgo de la Cámara de Representantes en el Congreso. Ahora tienen el mentón levantado, un camino con menos fricciones y un proyecto político restablecido. Sin embargo, el gran triunfo es del pueblo norteamericano, porque su electorado reafirmó su creencia en un sistema de gobierno basado en los controles y balances; mecanismos políticos que tanta falta nos hace en Bolivia y en el resto de América Latina.
La llegada de Trump a la Casa Blanca despertó los fantasmas más retrógrados de la sociedad norteamericana y de mundo. Los grupos más radicales de ese país, incluyendo a racistas neonazis y filósofos del darwinismo social, entre otros, encontraron en Trump a un líder ideal para propagar su agenda política social altamente chovinista y racista. El comportamiento del Presidente norteamericano no solo ha estado debilitando gradualmente las instituciones de Estados Unidos, sino que además su retórica polarizadora ha desestimado ostensiblemente, con mentiras, el trabajo loable de los medios de comunicación, a los que calificó como diseminadores de información falsa.
Trump había optado por una estrategia muy similar a aquellos líderes políticos populistas, quienes, al verse acosados por los mecanismos de control del Estado y la sociedad, terminan por confrontarlos, sancionarlos y, finalmente, prohibir su accionar libre dentro de la sociedad. Al final encuentran excusas para consolidar un sistema dictatorial-autoritario utilizando los mismos mecanismos democráticos que los ponen en el poder, y sustentan la excusa que lo hacen porque “velan por los intereses del pueblo”. Todos sabemos que lo anterior son puras mentiras.
Al Gobierno norteamericano se le puede acusar de imperialismo, de manipular la desestabilización de gobiernos en América Latina en periodos anteriores, y de promover recientemente una política económica que beneficia a sus entidades transnacionales; pero a su sistema político de controles y balances nunca se le puede juzgar de inoperancia. En este país los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) se controlan mutuamente. El Congreso puede, si la situación amerita, procesar al presidente por desacato a la ley, y puede sancionarlo con un impeachment, desalojándolo de sus funciones en forma vergonzosa.
Los demócratas, ahora con pleno dominio en la Cámara de Representantes, tendrán en mente apoyar la investigación del fiscal independiente Robert Mueller en torno a la participación de Donald Trump en la operación rusa, que supuestamente permitió su llegada a la Casa Blanca. Es muy probable que Mueller no encuentre una relación directa de participación entre Trump y el Gobierno de Rusia, pero es posible que su informe incluya otros delitos federales, como la evasión de impuestos y mentir bajo juramento; los cuales son violaciones que no tienen perdón ni por las autoridades ni por la población norteamericana, ni mucho menos por las leyes anglosajonas.
En este sentido, la victoria de los demócratas es una victoria del proceso democrático y de los mecanismos de control y balances del Gobierno de Estados Unidos. Durante el dominio de los republicanos en el Congreso, Donald Trump actuaba de acuerdo con sus propias convicciones, propagando mentiras a diestra y siniestra, sin ningún miedo a ser castigado. Sin embargo hoy, con un partido opositor en la Cámara de Representantes, sus abusos serán limitados ostensiblemente. Los controles y balances funcionan en Estados Unidos y es una meta innegable a lograr en el nuestro.