Cuenta la leyenda que una mañana de 1747 el rey Federico II de Prusia, molesto porque un molino cercano a su palacio afeaba el paisaje, envió a un edecán para que lo compre y así poder demolerlo. El dueño del molino, un campesino corriente, se negó a venderlo. Entonces el mismo Federico II fue a verlo y lo amenazó de que si no vendía el molino, él lo demolería de todas formas, al fin de cuentas, era el rey. Al día siguiente el molinero se presentó en el palacio y fue recibido por el rey, quien le preguntó si había comprendido cuán justo y generoso había sido con él, pues no le quitó el molino, sino que le ofrecía comprarlo.
El campesino no respondió y entregó al rey una orden judicial que prohibía al rey expropiar o apoderarse de un bien que no es de su propiedad, porque las leyes que el mismo había promulgado así lo ordenaban. Mientras Federico II leía la medida cautelar, todos sus vasallos, cortesanos y funcionarios temblaban, imaginando la furia que se desataría contra el terco molinero y contra el atrevido magistrado. Pero concluida la lectura de la orden judicial, Federico II levantó la mirada y exclamó: me alegra que todavía existan jueces.
Un juez, para Federico II, representaba el imperio y la primacía absoluta de la ley, que significa la independencia judicial frente al despotismo y la arbitrariedad. No es posible la actuación independiente del Poder Judicial si éste está sometido a otro órgano de poder, como en los modelos presidencialistas, en los que el Poder Ejecutivo impera frente a los otros poderes.
Immanuel Kant, quien vivió en Prusia en los tiempos de Federico II, concibió al Estado de derecho como una idea rectora; es decir, un mandato racional rector de los actos tanto de gobernados como de gobernantes. En tanto idea rectora racional, los seres humanos pueden representarse la ley y adecuar sus actos a su mandato. Para Kant, el derecho no es más que “el conjunto de condiciones bajo las cuales el arbitrio de uno puede conciliarse con el arbitrio del otro según una ley universal de la libertad”. El estudio detallado sobre el derecho según Kant se encuentra en la Metafísica de las costumbres, escrito de madurez en el que Kant elabora una fundamentación de la doctrina universal del derecho y que debería ser de lectura obligatoria para los abogados.
Con el tiempo, el Estado legal de derecho se transformó en el Estado constitucional de derecho, en el que no solo la ley, sino todos los actos, órganos y poderes estatales deben estar sometidos a la Constitución no solo en lo formal, sino también en sus contenidos. Es decir, en los derechos, garantías, atribuciones y competencias que funcionan como límites al poder abusivo de los gobernantes. Idea rectora que se prorroga desde los tiempos de Federico II hasta hoy.