El racismo es una disposición, generalmente inconsciente, a actuar de determinada manera respecto a determinadas personas (en Bolivia, los indígenas).
Esta disposición no aparece de la nada, sino que se aprende. Tiene dos aspectos.
Un aspecto afectivo: es una actitud de rechazo o aversión a los indígenas. Y un aspecto cognitivo: es la creencia de que los indígenas carecen de poder y, por tanto, también de valor social.
La creencia opera como la explicación de la actitud. ¿Por qué se rechaza o se siente aversión por los indígenas? Porque se cree —se tiene por cierto— que carecen de valor social.
Por su parte, la actitud media la relación entre la creencia y la acción. Por ejemplo: ¿por qué algunos individuos no desean sexualmente a los indígenas (es decir, no desean sexualmente a ningún indígena)? “No desearlos” es la acción.
Atrás de ella está la creencia: se cree que los indígenas carecen de valor, en este caso, libidinal.
Y en el medio, conectándolas, está la actitud: la repulsión por determinadas características corporales (pigmentos, rasgos faciales y formas anatómicas propios del fenotipo indígena). Toda actitud es una pulsión, un impulso a actuar. En este caso, se trata de una pulsión negativa: no empuja a estos individuos “hacia alguien”, sino “lejos de alguien”.
Un individuo siente aversión por los pigmentos, rasgos faciales y formas anatómicas indígenas. Es un racista integral. Otro individuo —del sexo que le interesa al primero— posee los pigmentos, rasgos faciales y formas anatómicas indígenas. En el encuentro entre ambos, el deseo del racista es igual a cero. Su racismo anula toda la energía libidinal del otro individuo (confirmando su creencia previa de que éste carecía originalmente de dicha energía).
Este caso está en un extremo, mientras que en el otro se ubica la pareja interracial sin complejos. Y luego existen infinidad de posibilidades intermedias. En cada una de ellas se da una diferente mezcla de deseo y aversión, en combinaciones que determinan las también infinitas formas del “encholamiento” o hibridación de razas.
No falta aquel que odia, en su amante, al indio que él o ella misma es. Ni los frustrados que reprochan a sus parejas por meterlos a ellos y a sus hijos en la indianidad, es decir, por “empeorar su raza”.
Son, claro está, actitudes reprimidas y generalmente inconscientes.
El tema principal de la famosa novela La Chaskañawi, de Carlos Medinaceli, es una variación compleja de este último motivo. Adolfo abandona su supuesta superioridad racial para convivir con una chola y con ello prueba que la raza blanca es inferior. Es una parábola retorcida y en el fondo anti-chola. En La Chaskañawi, este “encholamiento” es un hecho inevitable pero trágico porque representa, junto al gozo sexual, el hundimiento social. El sexo “encholado” es orgásmico pero envilecedor.
El de Adolfo no es el único tipo de “encholamiento” que aparece en esta novela. Ésta presenta a personajes que valoran el valor libidinal de otros personajes con rasgos indígenas, las cholas jóvenes, pero se niegan a ser asociados públicamente con ellas, por el temor a que su propio valor libidinal sufra menoscabo. Ser “cholero”, aun sin llegar a convivir con una chola, significa ser rijoso, lascivo. ¿Por qué? Porque solo los sátiros pueden dejar de tener la actitud “normal” que cabe frente a las cholas, que es, ya sabemos, la repulsión.
Un grado todavía más agresivo del “encholamiento” es el de quienes creen que su fenotipo blanco les debe conceder acceso sexual automático a las personas con fenotipos indígenas, pues éstas necesariamente deben sentirse atraídas por su blanquitud. Esta creencia se deriva de la otra que hemos mencionado más arriba, la que vacía la identidad indígena de todo poder (o valor) social. La actitud relacionada con ella no es la aversión, en este caso, sino un deseo sexual depredador. Tal impulso provocó el mestizaje biológico en la Colonia.
Pero siguen quedando vestigios del mismo, como muestra la película de Rodrigo Bellot, Dependencia sexual, que trata del abuso de los “señoritos” a las “cunumis” en Santa Cruz.
La tensión entre deseo y aversión, y entre deseo y represión racista, produce una gran cantidad de neurosis individuales y una gran neurosis colectiva, que está conectada con fenómenos sociales como la poca autoestima nacional, el blanco-centrismo libidinal y corporal, el cisma social y político, la auto-punición histórica. Por eso María Galindo plantea que sin la descolonización de los cuerpos no puede haber descolonización.
¿Por qué se rechaza o se siente aversión por los indígenas? Porque se cree —se tiene por cierto— que carecen de valor social