Durante años, Wilston Vilchez, quien pertenece a la tercera generación de unos productores de café de las montañas de Nicaragua, ha sido testigo de fuertes cambios climáticos en su finca cafetalera y de cacao de una extensión de 10 hectáreas, pero cuando azotaron dos huracanes en un lapso de 15 días el año pasado, muchos otros productores que él conoce se dieron cuenta de que tenían que ser parte de la solución.
Vilchez, quien también administra una cooperativa de cerca de 300 productores, mencionó que los efectos del cambio climático —temperaturas en aumento, lluvias menos predecibles, drásticas oscilaciones de sequías a inundaciones, plagas nuevas y más— estaban dificultando cada vez más ganarse la vida con el negocio del café, lo cual es una experiencia que están viviendo los cafetaleros de todo el mundo.
Según un estudio de 2014, si es moderado el descenso de las emisiones de gases de efecto invernadero, “es posible que para 2050 desaparezca” aproximadamente el 50% de las tierras que cuentan con las condiciones adecuadas para cultivar las dos especies principales de café, arábica y robusta, las cuales representan el 99% de la oferta comercial. Esto afectaría sobre todo a Brasil y Vietnam, que están dentro de los principales países productores.
Para los miles de millones de personas de todo el mundo que cuentan con su taza de café (por no decir que la necesitan), eso presagia muchas mañanas difíciles y tal vez precios al alza. Para los cerca de 100 millones de cafetaleros, y las demás decenas de millones de personas que trabajan en el transporte, el empaquetado, la distribución, la venta y la preparación del café, los efectos del cambio climático están haciendo todavía más incierta una vida que ya de por sí lo era.
En su finca y en toda la cooperativa, Vilchez trabaja con Blue Harvest, un programa que lanzó en 2014 la organización Catholic Relief Services (CRS), el cual ayuda a los productores de café de Centroamérica a recuperar y proteger sus fuentes de abastecimiento de agua, tanto para su propio beneficio como para el de otras personas que comparten la cuenca río abajo.
Kristin Rosenow, especialista en desarrollo agrícola de CRS, explicó que, debido a que el cambio climático está provocando sequías más frecuentes e intensas, es indispensable usar el agua de manera más eficiente y evitar la contaminación de las fuentes de agua existentes.
Según Hanna Neuschwander, directora de estrategia y comunicaciones de World Coffee Research, otra táctica es plantar variedades que puedan soportar mejor tanto la roya como otros factores desfavorables relacionados con el cambio climático. El próximo año, World Coffee Research instaurará una red de cultivo global que pretende introducir técnicas modernas de cultivo y otras variedades en los países productores de café con el fin de ayudar a los cafetaleros a afrontar las nuevas condiciones climáticas.
En el Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, Aaron Davis, un científico especialista en café que también se especializa en el cambio climático, está trabajando en una solución diferente para garantizar la sustentabilidad: presentarles a los productores especies silvestres de café que nunca antes se hayan cultivado o que no se hayan cultivado mucho, pero que toleren mejor las temperaturas altas y las sequías.
A Maricel Saenz también le interesa que haya un cambio radical, pero en otra dirección. Saenz es la fundadora y directora general de Compound Foods, una compañía dedicada al café “sin bayas” cuyo objetivo es producir café en un laboratorio.
Saenz, de 29 años, es originaria de Costa Rica. Compound Foods no produce café, al menos no en el sentido tradicional. Saenz explicó que, más bien, la empresa replica los microbios de las cerezas del café, los cuales le proporcionan a la taza de café su aroma y su sabor. Estos microbios se cultivan en biorreactores de acuerdo con su fórmula basada en la planta, que implica un proceso de fermentación parecido a lo que ocurre de manera natural en una finca cafetalera.
Por el momento, esto produce una especie de extracto de café de preparación en frío que emula el sabor, el color y el aroma del café verdadero, pero usando una cantidad mucho menor de electricidad y de agua. La idea es distribuir esta primera producción a través de cafeterías el próximo año y después producir sedimentos de café que puedan prepararse en casa.
Cuando le preguntaron cómo afectaría su empresa a los pequeños productores que cultivan la mayor parte del café del mundo y quienes con frecuencia tienen problemas para ganarse la vida, Saenz señaló que quería competir con los grandes productores industriales y buscar formas de apoyar a los productores que ha conocido desde que era pequeña.
Tanto a largo como a corto plazo, tal vez eso signifique ir a la raíz misma del problema: la emisión de gases de efecto invernadero.
Tatiana Schlossberg es columnista de The New York Times.