Entre los 117 países visitados por la reina Elizabeth II, en su largo mandato de 70 años, solo figuran cuatro latinoamericanos (Panamá, Brasil, Chile y México), de manera que su vínculo con la región se concretó a su relación con los diplomáticos acreditados ante la Corte de St. James.
A su fastuosa coronación el 2 de junio de 1953, el gobierno del MNR acreditó como su representante al vicepresidente Hernán Siles Zuazo, gesto que demostraba la alta prioridad que se atribuía a los tratos con la pérfida Albión sede, además, de la Williams Harvey de Liverpool, planta donde se fundirían los minerales de estaño de las minas recientemente nacionalizadas.
Al término de su presidencia en 1956, Víctor Paz Estenssoro fue nombrado embajador en Londres y tuvo la amabilidad de escogerme como segundo secretario en esa misión. La Corte, en esa época, solía ofrecer un banquete anual en honor del cuerpo diplomático y fue en 1958 que me correspondió ser parte del séquito, junto al jefe, su bella esposa Chichina y su hija Myriam. Esa noche de gala, acudimos al palacio de Buckingham ataviados de sendas levitas con corbatín blanco y las damas luciendo vistosos trajes largos. Las limusinas se sucedían unas a otras en filas perfectamente ordenadas, una hora antes del ingreso señalado en la invitación oficial. Luego, instalados —con riguroso orden protocolar— en el dorado salón, apareció la pareja real, escoltada por la reina madre, la princesa Margarita y su prima Alejandra de Kent, saludando a cada una de las misiones convidadas. Frases cortas de puntual cortesía se sucedían antes de abordar la enorme mesa suntuosamente dispuesta para dos centenas de comensales. Fue ocasión propicia para escudriñar de cerca los rasgos somatológicos de la realeza. La reina, elevada en sus 163 centímetros, denotaba a sus 31 años simpatía natural saturada de aquel encanto sin galas. En cambio, en Margarita destellaban sus dulces ojos verdes, aunque se la veía aún más pequeña al lado de su prima Alexandra, alta y verdaderamente apetecible. La curiosidad del duque de Edimburgo por el gran collar de la Orden de la Cruz del Sur del Brasil que ostentaba el embajador Paz Estenssoro, los detuvo más tiempo a nuestro lado, en amena conversación.
La segunda vez que estuve frente a Su Graciosa Majestad fue en 1960, durante la ceremonia de presentación de cartas credenciales del nuevo embajador Manuel Barrau Peláez que reemplazaba al doctor Paz. Cerca de ella, remarqué el cambio drástico operado en su perfil: mostraba un avanzado estado de gestación que ni su elegante y holgado traje celeste podía disimular. Era el príncipe Andrés que crecía impetuosamente en su monárquica cavidad.
Desde entonces solo he visto a Su Majestad por la televisión, constatando el paso y el peso cruel de los años que golpean por igual a los habitantes de este valle de lágrimas, sean éstos coronados o vasallos.
Su legado a los súbditos de los 14 reinos que aún quedan entre los 54 Estados miembros de la Mancomunidad Británica y al mundo todo, será la consistencia de su recia personalidad: abnegación en el servicio, sea con gobiernos conservadores o socialistas, apego a la tradición y carácter inescrutable en la alegría o la adversidad.
Le sucede en el trono Carlos III, a quien el humor popular le dedicó esa caricatura que resume la situación: un periódico falso que abre con este titular: 73 years old man finally gets job (Un viejo de 73 años, por fin consigue empleo)
La anciana siempre elegante, cobijada bajo ostentoso sombrero que cambiaba frecuentemente y portando su inefable cartera de misterioso contenido se fue para siempre, dejando tras sí, el futuro de un reino cada vez más desunido.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.