La función internacional me llevó a Teherán para participar en un seminario organizado por el UNFPA (Fondo de Naciones Unidas para actividades en población), realizado en 1974, pocos años antes de la defenestración del Sha Mohammad Reza Pahlavi y la asunción al mando supremo del ayatola Ruhollah Khomeini. La hermana gemela del Sha, Ashraf, fue la principal patrocinadora del evento y, por ello, el tratamiento que se nos brindó fue superlativo. Aparte de la audiencia especial en que recibió a los delegados la shabanu Farah Diva en el palacio Niavaran tuvimos la ocasión de ser huéspedes en varios hogares de la alta sociedad. Se trataba de demostrar que las jóvenes iraníes disfrutaban una cultura de valores occidentales. Y, en verdad, nuestras anfitrionas eran perfectamente trilingües, bailaban rock, fumaban y bebían a raudales. Pero en las calles, la situación era diferente: velos multicolores cubrían los rostros de las féminas, aunque esporádicamente había excepciones que exhibían sus faces descubiertas. En las universidades detectamos un temor particular a los agentes de la SAVAK, la tenebrosa policía secreta del sha. El apego a los dictados de Washington era notorio porque aún se recordaba el golpe digitado por la CIA para la evicción del primer ministro cripto socialista Mohammad Mosssadegh (1952-1953). A través de mis salidas por las callejuelas y los bellos bulevares de Teherán, o por el tradicional barrio de Chaleh Heydan, notaba un ansia de la población por occidentalizarse en la vestimenta, la música y las artes en general. Todos esos recuerdos me llevan a indignarme con la situación actual en ese país, heredero del admirable imperio persa. Los clérigos chiitas han resultado más sanguinarios que la nefasta policía y milicia de los Palehevi. Como en toda revuelta popular solo hace falta una chispa para encender aquella hoguera de difícil control, en Irán esa centella se llama Mahsa Amini, joven y lozana mujer perteneciente a la minoría kurda que descuidó la correcta inserción de su velo y murió en condiciones inconfesables. Las avenidas iraníes de decenas de ciudades se llenaron de manifestantes primero, principalmente, de la juventud femenina que luego se amplió con el apoyo de la ciudadanía en general. Los gritos de “mujeres, vida y libertad” se difundieron enfrentando a los comandos de seguridad gubernamental que reprimió a la ola femenil con inaudita brutalidad, como ocurrió el 30 de septiembre cuando a Nika Shakarami le aplastaron el cráneo en Teherán y a Sarina Esmailzadeh, en Karah, le propinaron golpes fatales en la cabeza; ambas de 16 años, murieron instantáneamente. A ello debe añadirse otras víctimas mortales que suman por decenas, más los heridos, contusos y desaparecidos. La bronca continúa con mayor intensidad encabezada por mujeres cuya ira incontenible es proporcional a su coraje. Sin embargo, la lucha es asimétrica porque el bravo pueblo se enfrenta a un sistema de gobierno bien cimentado en su aura religiosa y en los garrotes de la Pasdaran, o sea los guardianes de la Revolución Islámica, al mando directo del ayatola Khamenei, quien a sus 83 años es uno de los últimos revolucionarios que destronaron a la monarquía en 1979.
El aislamiento global que sufre el régimen por su persistente empeño en seguir su política nuclear ha provocado un rosario de sanciones que únicamente se levantaría si se reaviva el plan de acción (JCPA) repudiado por Donald Trump en 2018. Para salir de su soledad es de notorio conocimiento que Irán últimamente se ha aproximado a Rusia, proveyéndole inclusive sus eficaces drones en su combate contra Ucrania. Aparte de sus nexos militares con Siria, el Hamas palestino o el Hezbollah libanés, es sabida su política de cercanía diplomática con países latinoamericanos como Nicaragua, Cuba, Venezuela y Bolivia, siendo noticia de alta difusión la zalamera declaración de la embajadora boliviana en Teherán, Romina Pérez, apoyando la represión de las protestas femeninas.
Para quienes tenemos una alta estima para el legendario pueblo persa, causa congoja el anoticiarse que una vez más las aspiraciones por libertad y justicia de la nación iraní desembocan en frustración general, no obstante aún hay esperanzas que a falta de democracia, la fuerza de las calles pueda imponer un nuevo orden de cosas donde impere el Estado de derecho y la igualdad de género.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.