Un viaje, todo viaje, es generoso en encuentros. El escritor/cineasta mexicano Alain-Paul Mallard (residente en Barcelona) vino por Bolivia y escribió un libro. Se llama Altiplano y lo ha publicado El Cuervo Editorial en una linda edición de bolsillo (con fea tapa celeste). Mallard incursiona en el salar de Uyuni acompañando a su novia holandesa/artista (Scarlett Hofft Graafland) que arma una instalación en el desierto blanco. Ella lo llama “poesía visual”. Es land-art de toda la vida. Mallard llama a su libro “itinerarios de color”, es literatura de viajes de toda la vida.
El mexicano tiene encuentros en la tercera fase del planeta Bolivia. Se topa con el “forajido” Gastón Ugalde y su mítico ayudante, el Masmo; con el Salar, todo un personaje; con Rosendo, el salero; con Alfredo, el loco; con una alfombra mágica; con Simón, el cuidador del zoológico de Oruro; con el vigilante del Orquestón de Iturri Patiño; con el “albaco” Timoteo Sora Mamani y su poncho; y con la leyenda de Evo (con la que simpatiza).
Mallard, acostumbrado a que los gringos paracaidistas dibujen malas postales de su México lindo, advierte de entrada: “las cosas son, sin duda, más complejas, pero de un viajero se esperan generalizaciones; se me perdonará — confío— cierta naïveté”. Malllard no dice ingenuidad ni candor, dice naïveté. Disfrutando esta crónica de viajes, rara avis, me entero de que la isla de Macao (el primer asentamiento extranjero en China) es la antípoda del desolado salar de Uyuni, cuyo apreciado litio es explotado ahora por… una empresa china.
El personaje que se roba el “chou” en Altiplano se llama Gastón Ugalde. Se lo topa porque Ugalde colabora con su colega Scarlett; él no lo sabe, pero es mejor “poeta visual” que la holandesa. El Gas es un personaje de ficción. Ugalde, Mallard dixit, es demasiadas cosas al mismo tiempo. El mexicano dice que Gastón (“siempre excesivo”) ha vivido varias vidas, que tiene “un aire de estudiado desaliño en mezclilla chic”. Luego lo intenta arreglar con adjetivos como “intensa vitalidad”, “elástico” y “correoso”. Posee el don de la anécdota y de los “francos despropósitos”.
El mexicano cree que Ugalde es “un hombre singularmente libre; algo tiene la suya de la libertad indolente y gozosa del forajido”. Ugalde se mueve por el Salar como Pedro por su casa, ha viajado tantas veces para hacer macana y media que debe ser el único hombre sobre la faz de la tierra capaz de guiarse sin brújula en este “desierto al cuadrado”. Mallard dice que el Salar es cruel e inabarcable. Las llamitas, dibujadas en las cerámicas del maestro Mario Sarabia, no piensan lo mismo. Ugalde ha vivido tantas vidas que en una de ellas era eso: una llamita que sabía dónde iba. El cuatecito dice que el Salar es “otro planeta”. El desierto de Chihuahua también lo es, compadre.
Altiplano es también un libro de crítica de arte. Interesada, por supuesto. La hace el chico de la artista y así todo queda en casa (rodante). Mallard dice que Scarlett Hofft Graafland y sus piezas bolivianas “entablan un diálogo lúdico con ciertos hitos del arte moderno”. Mallard quiere coger esta noche. Dice que su papel no es interpretar las obras; sino “narrar su manufactura, compartir con el lector los lances que llevaron a las piezas a ser lo que son; dar al espectador un relato subjetivo de cómo se gestó la obra; explicitar, dentro de lo posible, la cadena de intuiciones estéticas que condujo a ella”.
No mame cuatito; no sé como se dice en México, pero acá se dice pajpaku. ¿No me creen? ¿Qué tal esta?: “los aplat de vinilo colorido que Scarlett dispone en la caprichosa, impredecible y retícula natural del salar de Uyuni polemizan a su manera con la ascética red de perpendiculares y ángulos rectos de su compatriota Mondrian, cuya despiadada geometría, en pos de un absoluto abstracto, niega la naturaleza”. El “buey” sigue citando a Baldessari, Robert Smithson, Joseph Beuys, Magrittte… Afortunadamente, para el lector, rápidamente recupera las huellas del camino, del viaje.
Los apasionantes encuentros con Rosendo, el salero; con Alfredo, el loco; con la alfombra mágica; con Simón, el cuidador del zoológico; con el vigilante del Orquestón de Patiño; con Timoteo y con (la leyenda del) Evo no los voy a contar. Vas a tener que comprar el libro. Yo simplemente voy a esperar al próximo de Mallard (su anterior libro de cuentos Evocación de Matthias Stimberg es una joyita). Me acabo de enterar de que su chica lleva seis meses en la comunidad inuit/esquimal de Igloolik, al norte de Canadá. Scarlett está preparando otra instalación, titulada esta vez You Winter, let’s get divorced (Invierno, vamos a divorciarnos). ¡Se te va a congelar la pinga, compadre!
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique.