En el ocaso del cine mudo, o sea, en los años 20, las salas bolivianas exhibieron varias películas europeas, entre ellas, El infierno de Dante de Henry Otto y El acorazado Potemkin, de Serguéi M. Eisenstein, pero no hay registro de la proyección de El perro andaluz dirigido por Luis Buñuel con base en el guion de Salvador Dalí. Este filme considerado como la película surrealista más importante. Esa alegoría alucinada del ojo cortado quizás sea la escena más icónica de esta película, pero no fue vista por los bolivianos, por lo menos inmediatamente a su primera proyección, en París, en 1929.
Esta alusión histórica cinematográfica es porque en estos días en Cochabamba se exhiben 100 grabados de Dalí que recorren por esos mundos alucinados de la Divina comedia de Dante Alighieri. No se sabe con certeza si Dalí o, mejor dicho, sus obras artísticas, retornan o por primera vez, se exhiben en Cochabamba. Más allá de esta duda, la proyección de estos grabados se constituye en un gran acontecimiento cultural sin paragón alguno en la ciudad. Una nota de un medio impreso local sin ninguna exageración decía: “Cochabamba conoce el esplendor de las obras de arte de Dalí”.
Cochabamba es una ciudad fantasma. Una ciudad sin alma. Una ciudad sin cultura. Entonces, la exhibición de estos grabados de Dalí en el Centro Cultural Simón I. Patiño es un júbilo indescriptible: observar esas xilografías dalinianas —donde aparecen coloreados personajes oníricos en espacios vacíos y líneas infinitas representados inicialmente en la Divina comedia por Alighieri para escenificar poéticamente los distintos estados bíblicos: cielo, purgatorio e infierno— es, sin duda alguna, un goce para el alma.
Desde muy joven, Dalí fue un lector apasionado de la Divina comedia. Cuando el Gobierno italiano, en 1958, le encargó al pintor catalán ilustrar esta obra literaria en homenaje a los 700 años del natalicio de Alighieri, éste aceptó inmediatamente. Empero, el proyecto quedó trunco por la oposición de una sociedad mojigata escandalizada por algunas escenas eróticas y por un nacionalismo absurdo que no concebía a un extranjero como el encargado del homenaje a su ícono italiano más importante de la literatura universal.
Estas xilográficas —aunque fueron realizadas en una época donde Dalí fue expulsado del círculo de surrealistas franceses por André Bretón— son una continuidad de su obra. Así, su pintura más icónica, La persistencia de la memoria, plegada de relojes colgados en un infinito es reproducida parcialmente en uno de los cuadros de esta muestra sobre la Divina comedia: un rostro devora a otro en un trasfondo eterno. Este cuadro escenifica el canto trigésimo del Infierno de Alighieri, que lo sitúa en la décima fosa del octavo círculo, donde son castigados los falsificadores.
Una de las impresiones de estas xilográficas connota el propio recorrido de la vida de Dalí, o sea, su conversión perversa del infierno de vísceras, girones, huesos rotos y sangre del surrealismo hacia el paraíso monárquico y católico español. En el cuadro del Ángel caído está un ángel encorvado y arrepentido, símbolo de Lucifer (arcángel expulsado del paraíso y condenado al purgatorio), quizás representa el recorrer dantesco de Dalí, que en el fin de su vida fue señalado como fascista.
Ese cuadro es una muestra del privilegio que tienen los bolivianos —primero, paceños y hoy, cochabambinos— de regocijarse con el talento de Dalí. Ver esos grabados es entrar por esas alucinaciones sublimes y tormentosas; es adentrase por lugares delirantes y angustiantes del paraíso, el purgatorio y el infierno de la Divina comedia.
Yuri Tórrez es sociólogo.