Cuando el general Charles De Gaulle visitó Cochabamba el 29 de septiembre de 1964, como huésped del presidente Víctor Paz Estenssoro (era la época en que Bolivia era tomada en serio), su nieto Pierre recién nacía y el mundo se debatía en plena guerra fría, entre el bloque occidental y la Unión Soviética. Sin embargo, el mandatario francés, sin adscribirse al Movimiento de los No-alineados, mantenía —como siempre— una posición independiente, exenta de sometimiento a los poderes imperiales. Su vigorosa personalidad se imponía a sus homólogos, cumplidos feligreses de la bipolaridad imperante. Hoy, en el marco de la guerra ruso-ucraniana, surge el descendiente gaullista que heredó de su abuelo no solo el superlativo naso, sino también el inefable inconformismo. Ocurre que el 14 de marzo pasado, se reunió en Moscú el congreso fundador del Movimiento Internacional Rusófilo (MIR), esa conferencia mundial que albergó a personalidades provenientes de 43 países, fue ignorada por los medios de Occidente, puntuales cómplices de la campaña de desinformación que retrata aquel conflicto fronterizo mostrando un solo lado de la medalla. Ese es el lamentable estado de intoxicación existente en ambos bandos. Representando a Francia en el mentado conclave, Pierre de Gaulle fue figura estelar cuando pronunció un vibrante discurso rechazando el maniqueísmo que flota en el ambiente europeo y americano y, sobre todo, lanzando el grito de alarma por la detestación ciega a todo lo ruso, olvidando el aporte de ese pueblo que durante la Segunda Guerra Mundial ofrendó la vida de 20 millones de sus hijos, en defensa de la amenaza nazi. No por sancionar las aventuras militares de Putin se puede estigmatizar a todo el pueblo y, por ello, enfatizó la necesidad de conservar la amistad franco-rusa tan cara al pensamiento de su abuelo que, anhelaba un continente europeo unido que incluya Rusia. Clamó por un mundo multipolar que sustituya a la actual realidad neoliberal —dijo— que fomenta las guerras en beneficio de oscuros intereses industriales y financieros. Arremetió contra la “codicia de Zelenski, al servicio de los Estados Unidos y de la OTAN” y fustigó a Washington como “el más grande destructor de la paz en el mundo” al traicionar los acuerdos de Minsk. Sin embargo, el elemento sustancial de su alocución fue la prognosis que dedujo de una hipotética alianza de Europa con Rusia que hubiera instaurado “el poderoso bloque en el plano internacional con una divisa de intercambio que hubiese sido gran riesgo para el dólar”. Esa perspectiva había que evitar, porque Rusia podría haber arrastrado a otros países detrás ella.
Punto más punto menos, la realidad de la presente guerra podría dar razón a De Gaulle, porque, de otra manera, no se explica el empeño americano de proseguir ese enfrentamiento absurdo ni los sabotajes a los entendimientos pro-paz iniciados por terceros o el apoyo ilimitado a Ucrania para que sostenga esa contienda que la está dejando exangüe, sin posibilidad alguna de victoria. Se muestra y demuestra aquella actitud escalofriante de Occidente al proveer a Kiev plata y metralla para que maten y mueran ucranios y rusos, preservando la vida de americanos y europeos. Que sea una batalla por la defensa de valores o por la vigencia del derecho internacional, es evangelio que pocos creen. No se vislumbra ningún mínimo esfuerzo por promover la paz. Y ese notorio vacío va llenándolo China al afirmarse como mediador eficiente, por ejemplo, entre Arabia Saudita e Irán y, últimamente, proponiendo a Kiev y Moscú su plan de paz. Si como se sostiene el verdadero rival geopolítico es China, la Casa Blanca ha jugado con cartas erróneas, al sacar a Beijing de su neutralidad aparente y al empujarla a la alianza suscrita recientemente con Putin. Ante la nueva guerra fría desatada, surge el bloque no alineado, cobrando fuerza inusitada, con potencias emergentes como India, Turquía, Irán y otras que no pueden ser descartadas. Todo hace pensar que un nuevo orden internacional está ad portas para evitar la tercera guerra mundial y correspondió al pequeño De Gaulle tocar el clarín de alerta.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y Miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.