Quevedo es un reguetonero. Sus canciones se cantan en las canchas de fútbol. Quevedo fue un escritor (del Siglo de Oro). Quevedo es también uno de los personajes de la última novela del cubano Leonardo Padura. Quevedo es un bicho malo, enfermo de odio. Personas decentes (2022) es la mejor obra de Padura en su serie sobre Mario Conde. Y van nueve dedicadas a este detective habanero, exinvestigador policial, librero de viejo a la caza siempre de olvidadas bibliotecas particulares.
No hay cosa que más le joda a Conde que su archirrival, Barbarito Esmeril, se adelante y descubra una biblioteca personal con joyas escondidas para revender. Personas decentes arranca con una cita de una de las voces más rabiosas del underground cubano, Jorgito Kamankola: “¡Ay amor, la vida es un delirio! ¡Ay, amor, esta isla es un suicidio! ¡Ay, amor!”.
Como en toda la obra de Padura (desde su célebre El hombre que amaba a los perros hasta su última columna de opinión), se respira un amor innegociable hacia Cuba (“un país que se alivia de sus frustraciones, alimentando la desmemoria”, Mario dixit); una pasión por La Habana (“esa ciudad narcótica, de perfumes, luces, tinieblas y fetideces extremas”, en palabras del propio Conde, militante escéptico del pesimismo histórico). A Mario Conde leer historia le entristece: “me demuestra que venimos del desastre y me revela que, como especie, vamos hacia desastres peores”.
Personas decentes nos lleva de viaje por aquella capital cubana de principios del siglo XX; una Habana próspera, deslumbrante, “afanada en la carrera de la modernidad y lo suntuoso”. Una ciudad parecida a La Paz en esa carrera (estúpida/estéril) por ser moderna, por parecer europea. Una ciudad donde brilla uno de los personajes de Padura: Alberto Yarini, el mayor proxeneta de la ciudad, otro bicho malo. Alguien va a matar al “gran putas” de Yarini —devorado por su propio personaje; y un detective (teniente Saborit) estará en medio del ajo.
El otro bicho siniestro, deleznable/ abominable, es Reynaldo Quevedo, El Nefando. En un montaje paralelo, ágil y apasionante, la novela nos traslada a la Cuba de Raúl Castro, durante la visita de Obama al archipiélago y el concierto de los Rolling Stones (2016). Es un periplo por las zonas oscuras de La Habana como solo el género negro lo puede hacer. Alguien se va a vengar del puto (represor) de Quevedo y un detective/librero revolverá el avispero.
En el medio sufrimos la “caza de brujas” contra artistas/poetas del nefasto “quinquenio gris” (1971-76), el periodo más oscurantista de la Cuba de Fidel (donde se persiguió a Lezama Lima y Virgilio Piñera simplemente por su condición de homosexuales; donde sufrió la “Generación Escondida”). Por la novela de Padura pasan los desnudos femeninos de Servando Cabrera Moreno, los retratos pop de Raúl Martínez, los óleos de Raúl Milián Pons (suicidado en 1984) y los abigarrados/barrocos de su pareja, René Portocarrero, las acuarelas y murales de Amelia Peláez, los gouaches vanguardistas del gran Cundo Bermúdez… Otro día contaré como llegué a estar parado frente a la casa natal del gran Wifredo Lam en Sagua La Grande (provincia Villa Clara), allá por el verano austral de 1994, en pleno “Período Especial”.
Personas decentes es una fantasía; un retrato de una batalla: la guerra contra los bichos malos. “¿Te imaginas que a la gente le dé por matar a los hijos de puta?”, se pregunta Conde. Cada uno de ellos es diferente, cada hijo de puta es insondable/ insaciable. Es una oda al valor de la(s) palabra( s) en un mundo envilecido donde éstas parecen no servir para nada. Es la misma pregunta buscando las razones de una derrota, de una decepción. Es el pasado que nunca termina; “si se borrara el pasado, dejaríamos de existir”.
Personas decentes es una novela que reivindica los pequeños momentos de felicidad; es un canto a disfrutar de la dulce vida, a “gozar la papeleta, coño”. Conde —eterno solidario de locos, borrachos, débiles, ofendidos y víctimas del poder— se pregunta: ¿qué es la felicidad?, ¿cuánto dura? El chino Juan Chion tiene la respuesta, citando a su compatriota El Viejo Lao Tzu: “si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo en el presente”.
La felicidad, lo sabe Conde, es efímera, es un territorio esquivo; es un tantico nomás, cojones. Es esbozar una pequeña sonrisa cada que un cabrón/hijo de puta no se sale con la suya. Es la victoria pasajera de las personas decentes, de los decentes de antes. Es una nostálgica habanera de Ignacio Cervantes escuchada frente al Malecón. Es un rato por la noche con una buena novela de Padura en las manos. Todos nos merecemos eso, todos nos merecemos ser felices.
Ricardo Bajo H. es un pinche periodista.