Como ocurre con cualquier novedad, Milei como fenómeno político-electoral resulta muy complicado de valorar. Algunos tienden a ignorarlo. Otros lo ridiculizan. Y no faltan quienes lo magnifican.
La clave está en no subestimarlo, pero tampoco sobreestimarlo. He aquí la dificultad.
En estos casos, lo más aconsejable es evitar caer en un marco binario y simplista. Y para ello es fundamental caracterizarlo con matices.
En la última encuesta CELAG (2.002 casos, presencial, en todo el país, realizada entre el 17 abril y el 7 mayo), Milei tiene una imagen positiva de 43% y una intención de voto de 29%.
Lo importante de esta información no está en el carácter hiperpreciso de su número. Las encuestas no se leen así. El jugo está en otro lugar.
Por un lado, su actual primera posición en intención de voto debe ser relativizada. ¿Por qué? Por dos razones: 1) porque en términos estadísticos lo que realmente existe es un triple empate técnico —Libertarios, Frente de Todos (FdT) y Juntos por el Cambio (JxC) —, 2) porque a la hora de simular el voto en la encuesta se presenta a un candidato definitivo con nombre y apellido, Javier Milei, y en cambio, a otras dos candidaturas con rostros inciertos.
Por otro lado, debemos diferenciar tres variables que explican la sintonía de parte de la población con este líder: 1) lo ideológico en base a su matriz de valores, que en algunos temas son ultraconservadores y en otros ultraliberales, 2) lo mesiánico de sus formas y sus soluciones, siempre presentadas como sencillas ante problemas complejos y con efectos inmediatos (como si todo se pudiese lograr a través de un atajo), y 3) la bronca con la situación económica actual, la inseguridad, con la mayoría de las instituciones y, por supuesto, con los partidos políticos tradicionales.
Los tres factores no son excluyentes entre sí. Cada uno tiene su propia intensidad según cada caso.
Entre aquellos que por ahora están dispuesto a votarle, lo que predomina es la proximidad ideológica, aunque no hay que menospreciar el componente mesiánico y bronca. Este perfil presenta gran parecido con el votante de JxC, particularmente con los que prefieren a Bullrich. Es decir, hay una importante rivalidad entre ellos.
Por su parte, entre quienes tienen imagen positiva de Milei pero no lo votan, lo que predomina es, por el contrario, la bronca y lo mesiánico.
En este grupo, en relación a la cuestión ideológica, no hay una afinidad muy definida. Se advierte una gran heterogeneidad de ideas y posicionamientos políticos. Por ejemplo, hay división de opiniones respecto a la estatización del litio y de las empresas eléctricas, la privatización de Aerolíneas Argentinas, la eliminación de los privilegios tributarios para unos pocos, el papel de la economía popular, la relevancia de los derechos humanos y el reconocimiento al pueblo mapuche. En esto no piensan tan compactamente como los votantes de JxC.
Por otro lado, hay que hacer una mención especial a los jóvenes, a los menores de 30 años, en los que la imagen y la intención de voto de Milei es muy superior al promedio nacional. Y en este caso la variable ideológica no es la que explica esta mayor afinidad. La causa está en la bronca y en lo mesiánico. Y por último, también es muy necesario saber cuál es el origen del voto de Milei. La mayor fuga de votos desde 2019 procede de JxC (30%), especialmente de sus jóvenes (55%). En el caso del FdT también existe una fuga en la misma dirección, pero en menor intensidad.
En definitiva, no hay un ciudadano monolítico que sea afín a Milei. Y tampoco se debería afirmar que la sociedad argentina se ha ultraderechizado en estos últimos años. No. En absoluto. Todo es mucho más complicado que este tipo de reduccionismo.
(*) Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)