Descubrí los microcuentos cuando vivía en México DF, allá por 1980, en la revista El Cuento, que dirigía Edmundo Valadés. Quedé maravillado. Desde entonces escribo minificciones. El minicuento contemporáneo echa mano de todo lo que puede. Aprovecha las leyendas, los mitos, los clásicos de la literatura, del teatro, del cine, la religión, todo le sirve para comprometer al lector en una lectura intertextual. Incluso el título es parte substancial del texto, llegando a redondear la historia contada. En el minicuento, minificción o microcuento, no interesa tanto lo que se escribe como lo que no se escribe, importa mucho más lo que se deja de decir, lo que se sugiere, porque allí está el verdadero universo narrativo.
Así también lo entiende la escritora venezolana Violeta Rojo (Caracas 1959), que es una de las mayores expertas en este género, con varios ensayos y antologías publicadas al respecto. Dios los cría y el Diablo los junta, reza un viejo adagio; tal vez por eso esta adicción tenía que unirnos en algún momento, lo que ocurrió a través de las redes sociales. Violeta publicó algunas minificciones mías en un suplemento especializado que ella dirige y tuve el gusto de conocerla hace algunas semanas en Caracas. Allí me entregó su libro Mínima expresión, una muestra de la minificción venezolana. Ella afirma que ahora prefiere usar el término de minificción. “Creo que es el término más adecuado a una forma ficcional y des-generada, pero me gustaría más usar minitexto, porque muchas veces son textos no ficcionales”.
Acerca de su oficio de compiladora, Violeta señala: “Como antóloga soy una antojóloga, como decía Juan Ramón Jiménez. En Mínima expresión escogí textos que mostraban el desarrollo del género en Venezuela durante cien años. Algunos de ellos porque representaban diversas vertientes, otros porque me gustaban”.
A continuación les presento algunos de los autores y textos seleccionados. Alfredo Armas Alfonzo, 43: “Engracia Magna Pastora Toribia Rafaela le pusieron a la hora de las aguas, y no crecía; mamá lo atribuía a la carga de tanto nombre”. Rafael Cadenas, Combate: “Estoy frente a mi adversario. Lo miro, cuento la distancia entre él y yo, doy un salto. Con mi mano abierta a modo de sable lo cruzo, lo corto, lo derribo, rápidamente. Veo su traje en el suelo, las manchas de sangre, la huella de las caídas; él no está en ninguna parte y yo me desespero”. Gabriel Jiménez Emán, El método deductivo: “Al abrir el periódico, vio que el asesino le apuntaba desde la foto. Lo cerró rápido, antes de que la bala pudiera alcanzarle en la frente. Dejó el periódico a su lado, todavía humeante”. Wilfredo Machado, Colmillos: “Nadie se imagina que los lobos aman a los corderos con un amor desmedido y extraño que solo puede ser expresado a dentelladas”. Luis Britto García, Venganza: “Después de tantos años reencuentro a la que me ignoró completamente cuando muchacho y disfruto la venganza de verla vieja, tan acabada, tan arrugada. Ella no puede verme, porque solo el recuerdo hace visible los fantasmas”.