El litio es la fuente de energía de la cuarta revolución industrial. Toda revolución científico-tecnológica requiere una fuente de energía abundante y predominante que acompañe las transformaciones productivas que de ella emanen. El litio será para la economía mundial en lo venidero, lo que el carbón fue en el siglo XIX y el petróleo en el siglo XX. La energía del siglo XXI requiere acumularse a mayor capacidad, en menor espacio y debe ser además ligera para facilitar su transporte. Esos atributos físico-químicos los cumple el litio a cabalidad sin un sustituto cercano.
Ya sabemos que Bolivia concentra las mayores reservas de litio del mundo, pero lo que todavía no somos conscientes colectivamente es el rol transcendental que jugará nuestro país en lo venidero. Esta riqueza natural que es escasa en el mundo y abundante en nuestro suelo, nos posiciona al frente de esta revolución porque la continuidad de la transición energética —que busca cada vez con mayor urgencia descarbonizar la economía mundial— no sería posible sin la participación de Bolivia, es decir, sin el litio de los bolivianos. El sueño de convertirse en el corazón energético de la región quedó pequeño para las aspiraciones bolivianas que hoy buscan ser el corazón energético del planeta.
Con una demanda mundial creciendo a tasas geométricas en comparación a una oferta más lineal, el precio del litio no tiene un límite superior predecible. Para aprovechar este ciclo alcista de precios y así maximizar las rentas económicas, el país requiere técnicas de extracción más eficientes como es el proceso EDL. El Estado boliviano ha firmado un convenio de intenciones de inversión de $us 1.400 millones con el consorcio CBC para explotar los salares de Uyuni y Coipasa. Este consorcio reúne a la empresa CATL, que es la mayor fabricante de baterías de litio del mundo. Hacia 2025 se espera que ambas plantas produzcan en conjunto 50.000 tn al año.
Pero la verdadera capacidad de generar excedentes con su extracción no está en la venta masificada de materia prima, sino en su industrialización. En un reciente programa de televisión en Abya Yala, el exvicepresidente Álvaro García Linera explicó la importancia transcendental de pasar del carbonato de litio a los cátodos y de éstos a las baterías. Cada kilo de carbonato de litio se vende en $us 420, en cambio, una batería del mismo mineral va desde $us 6.000 hasta $us 15.000. La ecuación de ganancia para los bolivianos —como lo explica— está en formar parte de la cadena de valor. El verdadero negocio del litio está en la industrialización.
La apuesta por la industrialización del litio tiene más de una década de avances insólitos. La Constitución Política del Estado de 2010 recuperó y consagró la propiedad estatal de los recursos evaporíticos. Bajo la premisa de no solo producir materias primas y que las ganancias se las lleven los extranjeros, el Estado encaró la construcción de una planta de cloruro de potasio y otras dos plantas de carbonato de litio —en su versión piloto y otra industrial. También se comenzó a desarrollar tecnología propia con profesionales bolivianos. La ventaja relativa que llevan Chile y Argentina en producción se debe a que ellos priorizaron la extracción en lugar de su industrialización.
Aun si hasta el bicentenario no se logra entrar a la fase de la industrialización, las rentas de cerca de $us 4.000 millones que se obtengan por año serán suficientes para impulsar este proceso, como lo fue el gas con la urea. Empero, en una segunda etapa —después de 2025— se deberá ineludiblemente dar el salto a los cátodos e ir subiendo gradualmente en la cadena de valor. El litio es la llave de la economía nacional para entrar en la cuarta revolución industrial. Los bolivianos tenemos la oportunidad histórica de no repetir el saqueo de minerales que significó la Colonia. Antes de ser República, Bolivia era más conocida —de lo que es hoy— por las riquezas del Cerro Rico de Potosí. Cuentan las abuelas que con todo el mineral de plata se podía construir un puente entre el viejo continente y éste. Con la extracción del litio la obligación del Estado es construir la nueva ruta del Potosí. García Linera nos invita a reflexionar sobre cómo trazar ese camino.