Testimonio de dona Ninfa Arteaga, quien el 8 de octubre de 1967 invitó una sopa de maní al Che, preso en La Higuera, versión recreada y resumida…
Siempre invitamos algo a los que llegan y yo quisiera llevarle esta comida, le dije al capitán, si me permite. Usted me espera aquí y yo consulto, me dijo aquél y se tardó bastante. Luego volvió y me dijo que pase. Mi hija Elida se quedó en la puerta, “para cuidar, mamá”, me dijo. Es profesora. Yo me metí en el aula con mi portaviandas y ahí estaba el señor respirando agitado, asmático en reposo, como se supo luego en todo el mundo.
¿Quiere comer?, le pregunté, es una sopa de manicito, está caliente. Él me dijo que sí con la cabeza (...) Una, dos, tres, cuatro cucharadas, comió callado, toditita la vianda. Me preguntó mi nombre y cómo se cocina esta delicia. La preparamos para fiestas grandes, almuerzo, chupe o crema, para los cumpleaños, casamientos y otras fechas (...) Moler maní pelado y luego hervirlo en olla destapada y todo eso. Qué raro, de maní, está sabroso, dijo el señor y come y come… Le alcancé la otra fuente y me dijo: perdone, este manjar hace juego con el hambre que traigo desde cuándo. Yo me salí a mi casa y mi hijita, conmigo.
Al poco rato a tiros lo mataron. Clarito se escuchó para el recuerdo y supe que su nombre, Che Guevara, ya tenía sentencia desde siempre. Las radios propalaron de esa muerte y me venció la pena, pobrecito. Gran noticia que daban, la mentira. Decir que había caído combatiendo, que no quiso rendirse y tantas cosas. Pero es mentira, le dije a mi marido, que es el telegrafista de La Higuera. Cállese, me gritó, usté no llore. No vayan a matarnos por culpa de ese guerrillero muerto de hambre. Lo han matado en la escuela, dije, llora y llora, y mi hijita, la maestra, igual llorando. Yo no di de comer a un fantasma, si lo estoy viendo grave de su asma. Sopita de maní y estoy llorando...
Que se sirva a los pueblos ese almuerzo, en memoria de quien vino a ayudarnos a adelantar la aurora soberana y en el ejemplo de Ninfa solidaria. Que se ofrezca ese plato de Mani-che (sopa de maní y Che), que lo vendan a los que lleguen a La Higuera y Vallegrande. Que expliquen a detalle del manjar cocido a lento leño, el buen maní, maná de tanto empeño en el menú del pueblo imaginado. Que a fuego lento se cuece la historia y a fuego vivo —vivo, patria o muerte— vendrá el sabor final de la victoria.