Oswaldo Calatayud Criales cree ser una circunstancia de sí mismo. Se auto/diagnostica como hipocondríaco, esquizofrénico, amnésico, ácrata y politeísta. No lo dice en su flamante ensayo pero también es stronguista. Nota mental: para ser stronguista hay que estar un poco loco. Todo este batiburillo es completado por sus fobias, sus deseos y sus manías que son muchas. Oswaldo cree en el nihilismo y su primo el escepticismo. O en “cualquiera creación ex machina”.
Su ensayo se llama: Cinco Puntos Cardinales: el no-lugar de la literatura marginal en Bolivia (editorial 3600). Lo presentó en la última Feria del Libro de La Paz. Ese día Os vio a muchos amigos (de la carrera de Literatura) que no veía hacía mucho tiempo. Los libros, las presentaciones de los libros, sirven para eso: para ver a los amigos.
Lea también: Las que arrastran
Calatayud —ganador en 2016 del Premio Nacional de Novela con un libro raro/marginal como él— escribe en su contra-canon sobre Saenz, Adolfo Cárdenas, Bascopé, Viscarra, Spedding, Borda y Piñeiro. Por una cuestión de timidez, no escribe sobre sí mismo. Tampoco lo hace sobre el poeta Jorge Ortiz o sobre Miguel Ángel Galvez (el de La caja mecánica) o sobre Gabriel Mamani Magne. ¿Acaso su novela sobre changos pobres, racismo y migración no es marginal? ¿Mamani Magne no es marginal porque tiene agente literario?
Cinco Puntos Cardinales deja cabos sueltos. ¿Quién define lo marginal? ¿Basta con ser antisocial? ¿Basta con poblar tu libro con borrachos, nocturnidad y alteñidad? ¿Todo lo marginal es bueno y todo lo comercial es malo? ¿Quién reparte los carnets de “marginalidad”? ¿Son los mismos que repartieron carnets de buenos y malos indígenas? Acumular prejuicios es una forma de envecejer mal.
En Bolivia discutir sobre literatura comercial y literatura marginal es una boludez. Lo mismo pasa con el cine o el teatro. Viscarra y Edmundo Paz Soldán —paladín de la literatura light de los noventa, en palabras de Calatayud— son lo mismo.
El ensayo de Os es más sociológico/político que literario, habla más del propio autor (y sus fobias/filias) que de los siete perfiles escogidos. Calatayud cree que la literatura marginal boliviana es “una hermosa cojudez”. Nadie lo supo decir mejor hasta ahora. ”Es nuestra terquedad incendiaria que se debate en querer ver arder nuestro país o que cínicamente busca comprenderlo con cierto amartelo”.
En la tapa de su libro hay una brújula pirata. No tiene norte, no apunta hacia ningún lado. OCC es el último nihilista contradictorio en un país donde los punkis son “pitas” y los anarquistas apoyan golpes de Estado.
El cálculo/sospecha que Calatayud (llámalo hipótesis) pone sobre la mesa es que la escurridiza literatura marginal nuestra es un “no-lugar” (el concepto parido por el francés Marc Augé). “Es un campo de batalla donde podemos iniciar la búsqueda infinita de nosotros mismos en los vértices de la ficción”. Lo marginal, como pesquisa, no como destino y menos como destino exótico.
Para llegar a ese “no-lugar”, sostiene Oswaldo, habrá que hacer un viaje completamente desnudos. Será un viaje que ni siquiera ha comenzado pues “el desarrollo de la literatura marginal está pendiente” pero su futuro es “incalculable”, ojo. Tan incalculable que hoy en día lo marginal ha degenerado “al grado de su extrema unción” y prácticamente —salvo alguna “ebulición”— ha desaparecido. Oswaldo cree que los autores marginales comenzarán algún día una (auto)revolución, muda y tácita para el mundo (y para Bolivia). Para venir de un nihilista, no está nada mal.
El ensayo recupera nombres olvidados como la primera obra marginal propiamente dicha: La tristeza del suburbio (1937) de Claudio Cortez. Y extraña el rol de la bohemia donde chupaban juntos pero no revueltos los laris con los intelectuales. OCC carga, como debe ser, contra los que consideran (desde la insignificante academia o los círculos clasistas intelectuales, también insignificantes) a las obras marginales como meros testimonios. Pongamos que hablo de la obra de Viscarra, por ejemplo.
Calatayud no solo recupera, también nombra y adjetiviza. Elige la palabra abyecta para definir lo marginal. Así da respuesta a la pregunta que sobrevuela su ensayo: ¿quiénes son los autores marginales? Calatayud sostiene que las voces de los siete jinetes del apocalipsis literario elegidos son abyectas. Calatayud llega con la noción de Julia Kristeva: “abyecto, dícese de aquello que representa un peligro, que molesta, que no respeta lugares ni límites ni reglas”. Oswaldo tiene razón. De esos que jodían ya no queda nada. De los que joden ahora, tampoco. El pasado ya ha pasado, el presente es un fracaso y el futuro no se ve. Solo nos queda tararear una canción de Eskorbuto.
(*) Ricardo Bajo es un pinche periodista