Un día como hoy, hace 56 años atrás, el 9 de octubre de 1967, era asesinado por órdenes del gobierno de René Barrientos en La Higuera, Ernesto Che Guevara, quien encabezó una guerrilla en la selva boliviana. Al parecer, la memoria de este acontecimiento, por lo menos en Bolivia —escenario del último trance trágico del guerrillero argentino-cubano—, está intacta. Una prueba de eso es el reciente libro post mortem del historiador Gustavo Rodríguez Ostria, Con las armas. El Che en Bolivia.
Tres semanas antes de su muerte, en octubre de 2020, el autor me confesó que su investigación sobre la guerrilla guevarista no era una visión definitiva, pero frente a lo que hay era una visión contundente de un historiador que se aproxima a un personaje que cruzó su país en búsqueda de la utopía socialista. El recorrido a las 600 páginas de este libro confirma que este estudio histórico es prolijo. Quizás es el más completo escrito sobre la incursión de la guerrilla guevarista en territorio boliviano.
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Una de las obsesiones historiográficas de Gustavo era adentrarse en los recovecos de las guerrillas de fines de la década de los 70 del siglo pasado en Bolivia. Primeramente, fue la guerrilla de Teoponte, luego la presencia de Tania en la guerrilla guevarista y, finalmente, logró armar un texto casi completo sobre la presencia de la guerrilla guevarista en Bolivia.
El término “casi completo” sobre esta investigación no es atribuido a una dejadez del historiador, sino a una conjura del destino: su enfermedad y su muerte no le permitieron acceder a aquellas fuentes consideradas como importantes para su indagación. Por eso estaba obsesionado en obtener datos que deberían estar respaldados por un cruzamiento de distintas fuentes. Su persistencia en acceder a los archivos secretos de la Inteligencia cubana para él era determinante para atar algunos cabos sueltos de su investigación. Sabía Gustavo que accediendo a esos archivos blindados por el gobierno cubano iba a llegar a conclusiones contundentes, por ejemplo, sobre el papel del gobierno caribeño con relación a la presencia y posterior decurso del Che en Bolivia.
Gustavo, como buen historiador, era riguroso en su estudio. Se dio a la tarea de acudir, sobre todo, a fuentes primarias (archivos militares, informes de Inteligencia de distintos gobiernos, telegramas diplomáticos, diarios de campaña de los guerrilleros y de los propios militares, entrevistas a profundidad a los involucrados en este acontecimiento, cartas personales, en fin…) para su trabajo investigativo. Decía: “La historia se escribe sobre lo acontecido”.
Rodríguez es ecuánime para derrumbar algunos mitos que marcan a esta guerrilla, quizás la distancia temporal a esos acontecimientos y despojado de cualquier atadura ideologizante le permitieron acercarse a la “verdad histórica de los hechos”. Al describir los últimos días del Che hambriento y enfermo deambulando por los parajes infernales de la selva, quería demostrar que en Bolivia la estrategia del foquismo no funciona. Tras la muerte del Che, las luchas armadas desembocaron en derrotas descomunales. Por el contrario, las insurrecciones populares fueron el camino para las grandes transformaciones sociales en Bolivia. Aquí estriba la relevancia de este estudio histórico. El autor no elogia, ni condena. Sigue otra línea: “Ellos ya están allí. Ellos creen en esas cosas”, dice Rodríguez, y añade: “Yo me pregunto mucho si el Che y sus guerrilleros lo que creen va a conducir a un mundo peor o mejor de lo que hay. No me pregunto. Están allí y actúan. Esa es la historia de la guerrilla”.
(*) Yuri Tórrez es sociólogo