Esta semana, el Banco Central de Suecia entregó el Premio Nobel en Ciencias Económicas a Claudia Goldin por sus trabajos de investigación en la participación económica de las mujeres. Se trata de la tercera mujer galardonada con esta distinción y la primera que obtiene el premio en solitario, es decir, sin compartirlo con un colega masculino.
Su logro constituye un hito, sobre todo por el motivo por el que ganó: el estudio minucioso de la participación en el mercado laboral y los ingresos de las mujeres a lo largo de 200 años. En ese sentido, el premio representa el reconocimiento de que la igualdad de género es clave para la prosperidad de las economías. Una verdadera declaración feminista desde la institucionalidad del Nobel.
Una de las virtudes que se reconoce en los estudios de Goldin es la combinación de un análisis detectivesco de fuentes históricas que muchos desestimaron, con el rigor matemático de una economista. Su método devuelve el valor de estudiar cómo los resultados económicos actuales tienen su origen en acontecimientos y decisiones de décadas anteriores. Y en el caso específico de las mujeres, cómo las normas, instituciones, expectativas, políticas e innovaciones tecnológicas (como la píldora) influyen en la igualdad de género, que a su vez influye en los resultados laborales y salariales de ambos sexos. Su investigación más destacada demuestra que el empleo entre las mujeres casadas disminuyó en el siglo XIX, a medida que la economía agrícola se transformaba en la era industrial; y la participación de la mujer aumentó en el siglo XX, cuando el sector servicios empezó a expandirse.
Entre otras cosas, sus investigaciones han contradicho las interpretaciones simplistas de que actualmente la diferencia salarial entre hombres y mujeres se debe a decisiones diferentes. Desde hace décadas discutimos si los hombres ganan mucho más que las mujeres porque eligen profesiones distintas (ingeniería o enfermería, por ejemplo), o esto es resultado de la discriminación. Goldin descubre en sus investigaciones un patrón evidente que hasta hoy era subestimado: Dentro de una misma profesión, la diferencia salarial entre hombres y mujeres es relativamente pequeña cuando las personas se incorporan al mercado laboral, y se incrementa notablemente después de que la mujer tiene su primer hijo. Esto a pesar de los avances de las mujeres en los niveles de educación, las victorias legislativas y las opciones profesionales cada vez más diversas.
Goldin sostiene que la persistencia de la brecha salarial entre hombres y mujeres se debe en parte a que los empleados dispuestos a trabajar más horas reciben una recompensa desproporcionadamente mayor que el tiempo extra invertido. Ha descubierto que duplicar las horas trabajadas suele traducirse en mucho más que el doble de los ingresos; a la inversa, reducir las horas a la mitad suele traducirse en mucho menos de la mitad de los ingresos. Hay pues una sobrevaloración de un trabajador que “está siempre en guardia”.
Esto significa que, incluso si dos cónyuges empiezan con el mismo salario y una visión igualitaria de la crianza de los hijos, es posible que adopten roles de género más tradicionales para maximizar los ingresos del hogar: la madre se especializa en estar «de guardia» en casa y el padre en estar «de guardia» en el trabajo. Si, por el contrario, ambos se reparten el trabajo a partes iguales, estarían renunciando a más dinero que si se especializaran. «La pareja 50-50 podría ser más feliz, pero sería más pobre», dice Goldin.
La marca del trabajo de Goldin tiene un profundo sentido político. Todos sus esfuerzos se basan en escrudiñar el pasado para explicar lo que ha llegado a ser el presente y así ayudar a imaginar lo que podría llegar a ser un futuro más igualitario para las mujeres.
Lourdes Montero es cientista social.