Lo que comenzó con grandes esperanzas hace ocho años cuando se reunió la COP15 en Paris para llegar a acuerdos multilaterales que mitiguen el calentamiento global del planeta, se transformó hasta el 14 de diciembre en un circo implantado en Dubái donde alternaron representantes de 165 países que sustentaban diversas posiciones, formando una majestuosa torre de Babel.
Pero si ese era el formato decorativo del encuentro, el fondo mismo del debate fue distorsionado por aquella encarnecida batalla de desinformaciones que circulaban alegremente en los pasillos. Los orígenes de los controvertidos rumores pudieron detectarse en potencias como Rusia y China o desde personajes que eran gestores encubiertos de compañías que explotan los combustibles fósiles hasta provocadores alegando en las redes sociales que el calentamiento no es causado por las condiciones climáticas, sino por gente dedicada a la quema de los bosques para alargar la frontera agrícola. En esta era del conspiracionismo no faltan teorías que suponen complots de las élites autoritarias para desestabilizar a las naciones subdesarrolladas y facilitar la explotación capitalista.
Emiratos Árabes Unidos, país anfitrión, es conocido más por ser uno de los mayores exportadores de petróleo, que por esfuerzos por combatir el cambio climático, por ello no faltaron en las redes sociales las críticas a esa paradoja que incluso detectaron —dicen— cerca de 100 cuentas falsas defendiendo la sede y a su mandatario, el sultán Ahmed Al Jaber, quien es también alto magnate petrolero, pues se lo acusaba de aprovechar el cónclave para atar negocios con participantes venidos de alrededor del mundo.
Los toles llegaron además a los activistas verdes como la joven escandinava Greta Thunberg, a quien la prensa oficial de Pekín la ironizó como “princesa sueca” opuesta al uso de los tradicionales palillos chinos. Otras facetas de las batallas en las redes numéricas entre los bandos propalaron que la causa de los incendios en varias partes del planeta se debía más que al calentamiento global a la acción de migrantes deseosos de acaparar tierras. Esa posición encontró eco en las recientes declaraciones del expresidente boliviano Evo Morales, quien dijo textualmente: “¿si no quemamos de qué hemos de vivir?”
Son muchos años de reuniones, de discursos y de promesas incumplidas y, sin embargo, se ha arribado a 2023, lejos de disminuir el nivel de gases de efecto invernadero, como el año más cálido jamás registrado en la historia moderna.
Evidentemente, para hacer frente a tan dramática crisis global se impone un ágil acopio de fondos, principalmente provenientes de los países ricos, entre ellos, Estados Unidos por ser el espacio mayor de polución ambiental. En efecto, su vicepresidenta Kamala Harris anunció la contribución de $us 3 billones al Green Climate Fund, destinado a ayudar a las naciones mas pobres. Por otra parte, se espera movilizar aportes del sector privado que cooperen en la transición de combustibles fósiles hacia fuentes de energía renovable. No obstante, aparte de los $us 100 billones anuales presupuestados por las naciones ricas en auxilio al sur global, se sigue muy lejos de los montos estimados para alcanzar las metas esperadas. La clausura de la magna reunión estuvo empañada por el desacuerdo en proclamar la eliminación de los combustibles fósiles, que finalmente se tranzó en anunciar cierto periodo de transición hacia ese objetivo.
Entretanto, la angustia de miles de activistas contra el calentamiento global crece cada día más y adquiere muchas veces facetas violentas contra el orden establecido en sus países, culpando a las élites dirigentes de no hacer lo suficiente.
(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia