A veces me detengo a curiosear en esa especie de tiendas desplegables que abundan en las calles de nuestras ciudades. Adosada a una pared cualquiera, generalmente de mucho tránsito, la vendedora descarga trabajosamente los quepis-atados-atadijos que guarda en algún zaguán cercano y de forma lenta e impecable organiza con eficiencia el rompecabezas de su negocio. En el suelo poleras, peines y discos, un piso arriba vasos y fuentes. Otro más arriba guatos-cordones de zapatos y calcetines... o lo que se ofrezca según la ocasión. Desde su precaria y, sin embargo, permanente instalación, la vendedora mira pasar gente y días, deshojando el calendario.
No es solamente el comercio informal. A su modo, también deshojan el calendario de fechas señaladas los negocios ubicados en solitarias tiendas "formales”, en los bulliciosos centros comerciales que crecen a la sombra de populosos mercados o en los recientes malls.
Arrimadas humildes a la calle, gritonas desde sus descomunales parlantes o pretenciosas dentro de los shoppings, todas tienen artículos permanentes y de temporada. Éstos siguen rigurosamente el calendario administrativo, el religioso y el comercial. En todos se mezclan amigablemente las fechas festivas y las conmemorativas. La semana pasada, aún con los efluvios del Carnaval, nos tocó el turno a las mujeres.
A veces parece nomás que quienes abominan del mercado, ese multifacético y malintencionado monstruo del capitalismo, tienen razón al vituperarlo. Lo pienso mientras veo en qué se intenta convertir la conmemoración del 8 de marzo, señalado como el Día Internacional de la Mujer. No puedo evitar un estremecimiento cuando veo las marchitas rosas con la cabeza tristemente doblada que acarrean estudiantes y oficinistas o los radiantes ramitos de plásticos que se compran en las esquinas para dizque agasajarnos.
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue instaurado en 1910 para recordar un hecho dramático y, a la vez, revolucionario: la huelga de las trabajadoras textiles que terminaron muertas por pedir reducción de sus horas de trabajo y mejores condiciones para desempeñarlo.
¿Qué dirían Clara Zetkin y sus compañeras socialistas al ver esa conmemoración convertida en un gesto rosa de florecitas y bombones?
Pese a los esfuerzos discursivos de feministas en ejercicio que interpelan esta transformación, el mercado económico (valga la redundancia) y el mercado político siguen ofreciéndonos chiches.
Si el mercado económico nos ofrece flores de plástico, el político nos ofrece regalitos del Presidente: paja, paquetes vacíos, sin contenido y, lo peor, sin presupuesto. Y todavía nos felicitan: "Feliz día de la mujer”, con una enorme foto de la autoridad de turno.
No sólo ocurre con las mujeres. Una de las víctimas más famosas de este comercio infame es el Che. Su icónica fotografía aparece en gorras, poleras, ceniceros y cien utensilios más.
Probablemente la mayoría de quienes los usan no tienen idea de quién fue ni comparten sus ideas. Igual pasó con los Panteras Negras y con otros varios personajes rebeldes, antisistema, cuyas imágenes terminan como mercancías vacías de su contenido ideológico. Pero si ellos están muertos y no pueden defenderse, los movimientos de mujeres están vivos. Y podemos gritar que queremos hechos y no palabras; nuevas leyes, programas y comités si son coherentes y tienen fondos para ejecutarse; discursos si son para debatir y regalos si son obras consistentes y transparentes. No somos malagradecidas ni amargadas, sólo responsables.